jueves, 5 de junio de 2008

Pérez de Arce y Rojas, dos hombres de valía.

Ustedes se lo buscaron
Hermógenes Pérez de Arce
La izquierda me ofende con frecuencia. Un abogado comunista hasta me trató de "pinganilla" una vez, por sostener que no se debía indemnizar al terrorismo, dado su objeto ilícito. Yo le hice algo terrible: no le respondí. Después, cuando apareció mi única novela (muy política, por cierto), "La Nación" la declaró "uno de los seis eventos culturales más negativos del año". Pero como ello le sirvió de promoción y estuvo varias semanas entre las 10 más vendidas, me consolé. Y ahora alguien de ese lado me acusa de faltar a la verdad por decir que los "quemados" no lo fueron por los militares, sino que éstos los apagaron. Bueno, así lo comprobó el ministro de corte Alberto Echavarría Lorca, en los tiempos en que los magistrados eran hombres de derecho respetuosos de la ley y la verdad.

Pero también la derecha me ofende. Un columnista suyo citó mi afirmación de que, según la ministra sumariante Quezada, la Armada mantiene preso al mirista Woodward hasta hoy. El columnista afirmó derechamente no creerme. Pero, líneas después, dijo que la Corte Suprema debería hacer algo "por si ello fuere cierto". Bueno, es cierto.

Doloroso. En 26 años firmando esta columna, sólo recuerdo un yerro importante, cuando alguien delató que mi cita de Samuel Haig, aseverando que un burro muerto había yacido por semanas en la Plaza de Armas, alrededor de 1820, no era efectiva. Tenía razón en cuanto al autor. Quien refirió el episodio fue José Zapiola ("Recuerdos de 30 años"), y todo sucedió una cuadra más al norte, en Santo Domingo.

Bueno, para remate ha aparecido un joven columnista dominical de "El Mercurio", también de derecha, describiendo todas las falsedades que, según él, reinan en Chile, y atribuyéndome dos: la de sostener que durante el gobierno militar no hubo violaciones a los derechos humanos y la de negar que las mismas fueron, como él afirma, "la única política centralizada" de ese régimen. Lo primero jamás lo he dicho. Lo segundo sí, y reiteradamente, pero porque es la verdad.

En efecto, ¿cómo sostener que no hubo violaciones a los derechos humanos entre 1973 y 1990, si la izquierda, a través de sus grupos terroristas, los atropelló sistemáticamente? Y también hubo uniformados que, combatiéndola, los violaron. Pero esto sucedió contrariando la política de gobierno, que fue la de procurar respetarlos. Jamás hubo una "política centralizada" de atropello a los derechos humanos. Esto último no sólo lo he afirmado siempre, sino que lo he probado y reitero.

En efecto, se dictaron las resoluciones N°1 de 07.01.74, N° 22 de Interior, de 25.01.74, la del Director General de Carabineros de 15.02.74, ordenando el buen trato a todos los privados de libertad. Luego, el Decreto Supremo N° 187, de 1976, prohibió los lugares secretos de detención, fundado en el cual el presidente de la Corte Suprema, don José María Eyzaguirre, visitó los centros de detenidos existentes, para controlarlos. Cuando se comprobó que la DINA desobedecía esas instrucciones, fue disuelta. Y cuando su sucesora, la CNI, fue denunciada por excesos, se le prohibió detener personas sin ponerlas inmediatamente a disposición de autoridad competente. Por último, la propia Junta destituyó a uno de sus miembros cuando, en su rama armada, se cometió un flagrante atropello a los derechos humanos (el asesinato de tres dirigentes del PC y del FPMR).

En todo caso, cuando en Chile la diestra y la siniestra se unen para denostarme, es hora de hacerles algo terrible, y se los anuncio desde ya: he escrito otro libro, "Terapia para cerebros lavados". En él, ni la una ni la otra salen bien paradas. Tampoco la DC. Ustedes se lo buscaron.

Por fin, elecciones
Gonzalo Rojas Sánchez


Dos excelentes candidatos van a enfrentarse, por fin, en las elecciones para Presidente de la UDI de comienzos del mes siguiente. Dos excelentes candidatos, parecidos en virtudes y en convicciones, pero quienes han recibido un tratamiento público y privado desigual de parte de algunos destacados miembros de ese mismo partido.

Pareciera que la notable irrupción de José Antonio Kast ha puesto nervioso a más de alguno, especialmente a los que tienen problemas con sus propias convicciones o dasasosiegos producto de sus situaciones de probidad administrativa.

Por eso, algunos se han movido para lograr que Kast se integre a una lista común -sin elección- sobre la base de que así se combinarían mejor las capacidades de Coloma (experiencia) con las del joven diputado (orden y llegada). Pero esa supuesta solución desconoce el gran hastío que hay en las bases del partido por las designaciones hechas entre 4 o 5 personas y por equipos dirigenciales no ofrecidos a los consejeros. Está generalizada la percepción de que hay que ir abriendo el sistema de a poco y que, por lo tanto, una elección confrontacional es un paso imprescindible. Y las capacidades de Kast para conducir políticamente pueden consultárselas a quienes han sido los destinatarios de ella: la bancada de diputados y los jóvenes.

Otros han querido descalificar al diputado por su conservantismo, el que a poco andar será considerado integrismo, fundamentalismo o talibanismo. Esas etiquetas son burdas, ya que la posición de Kast es tan recuperadora de los ideales y de la mística de la UDI, en fidelidad al proyecto fundacional de Jaime Guzmán y a la declaración de principios, como es también aire fresco en caras y proyectos.

Justamente este tercer punto ha levantado otras suspicacias: Kast representaría sólo a los menores de 45. Pero, ah, si supieran algunos cuántos y quiénes -que están muy por encima de esa frontera etárea- lo apoyan. O quizás por eso mismo están asustados.
Por fin habrá elecciones en la UDI, justamente porque Kast ha roto con valentía un esquema agotado, ha descolocado a las estructuras informales y lleva la delantera porque obliga a pensar en función de él, cosa que nunca antes habían sucedido. Si hasta los medios se interesan mucho más en Kast, ya que es la novedad.

Quizás los detractores de su candidatura no lo sepan, pero la reacción entre los militantes antiguos -y hasta ahora desanimados- ha sido magnífica; y entre los jóvenes, simplemente unánime, excepcional.

Kast está desprendido del poder y se le nota; tiene la fuerza de la primera vez, y la va a hacer efectiva; sabe para qué busca liderar, y está haciéndolo ya desde el caso Provoste, a gran nivel. Después de tantos desvaríos en el lavinismo y en buena parte de la UDI, ¿se puede pedir más?

Acount