jueves, 19 de junio de 2008

Hermógenes Pérez de Arce y Gonzalo Rojas Sánchez, dos colosos de la defensa de Chile

Manos sucias y manos limpias
Hermógenes Pérez de Arce


Fiel al menester de reivindicar la verdad histórica, no puedo dejar pasar la aseveración del ex Presidente Aylwin, del 8 del actual, en este diario, relativa a Augusto Pinochet, nuestro más importante hombre de Estado del siglo XX (cfr. historiador inglés Paul Johnson, "Las Últimas Noticias", 08.04.06: "no me cabe duda de que los historiadores de este siglo lo reconocerán como el mejor estadista que ha tenido Chile").

Expresó Aylwin, refiriéndose a Pinochet: "Desde O'Higgins hasta ahora, ha sido el único jefe de Estado que se ha ensuciado las manos". Resulta gratis ofender su memoria. No puede defenderse y casi nadie se atreve a hacerlo. Pero hay dos límites: la verdad histórica y la autoridad moral. La primera acredita que a ningún gobernante chileno, desde O'Higgins hasta hoy, sus adversarios le habían examinado el patrimonio con mayor inquina que a Pinochet. Al cabo, el director socialista de Impuestos Internos concluyó que, entre 1973 y 1990, había omitido declarar 544 mil dólares ("La Tercera", 08.10.05). Es decir, un millón 333 mil pesos mensuales.

El hombre más poderoso de Chile, que tomaba decisiones relativas a miles de millones de dólares y podría haberse apropiado, legalmente y sin ser investigado, de gastos reservados por más de 100 millones de dólares durante 17 años, cobró -según acusación de sus adversarios, que él siempre negó- la mitad de la centésima parte de eso. Asunto distinto fue que, después de su gobierno, chilenos y extranjeros agradecidos de su obra le formaran un fondo externo a salvo de la venganza izquierdista, del cual restan sólo 2,5 millones de dólares, hoy embargados, pues el objetivo se frustró.

Pero, como Presidente, sólo pueden acusarlo de llevarse para la casa menos de lo que los gobernantes y altos funcionarios de la Concertación fueron sorprendidos llevándose. Y en todos sus gobiernos, porque Aylwin, que encabezó el primero, confesó la corruptela a este diario el 24.12.06, p. D-7: "Hubo ministros que me dijeron: 'Presidente, no nos alcanza con el sueldo'. Y se les pasó un sobresueldo con cargo a fondos reservados de la Presidencia y del Ministerio del Interior".

La entrevistadora de Aylwin en esa oportunidad (24.12.06., p. D.7), Raquel Correa, refirió: "Cuando le comentamos al chofer que nos trajo que su oficina colindaba con su casa y que la había comprado cuando fue Presidente, nos dijo: 'Con los gastos reservados'". Parece que todos sabían. Pero don Patricio dijo que la había adquirido con un préstamo hipotecario.

Ellos se tenían muy guardado lo de los gastos reservados, hasta que el ex ministro Carlos Cruz lo reveló. Entonces la oposición, infinitamente misericordiosa, les permitió quedarse con lo sustraído y, a futuro, subirse el sueldo en el equivalente. "Hecha la trampa, hecha la ley". Ahí quedó explícito también cuánto se llevaban los Presidentes: el doble de lo que le imputaban a Pinochet.

Pero no retrocedamos hasta O'Higgins, por favor. Vistas las manos sucias de la Concertación (cero autoridad moral), remontémonos sólo a Allende y a los pagos que recibió de empresas mineras expropiadas (revelados por el ex embajador de EE.UU., Korry, a "La Segunda", 22.10.96), y del KGB soviético (precisados por Vasili Mitrokin, ex agente ruso, en "El mundo iba en nuestra dirección", Basic Books).

Hoy pretenden que Pinochet sería el único que se "ensució las manos". ¿Con qué autoridad moral? Y se probará que tampoco es la verdad histórica que se las ensuciara. Me quedo con lo que el mejor gobernante chileno del siglo XX nos asegurara, a un grupo de sus amigos, en su último almuerzo público antes de morir: "Juro por la memoria de mi madre que nunca tomé un peso que no me correspondiera". Sus sucesores, por propia confesión, no pueden decir lo mismo.

Pablo, Pablo.
Gonzalo Rojas Sánchez


Pablo Longueira es uno de los hombres públicos con más méritos en el Chile de hoy. Lleva décadas de servicio eficaz; ha trabajado en los ambientes más adversos conquistando adhesiones duraderas; ha ganado elecciones muy difíciles y otras casi imposibles; ha predecido efectos perversos en muchas acciones, y casi siempre, ha acertado; ha enfrentado discusiones peliagudas con la fortaleza facial y moral de la que otros carecen; ha defendido sin descanso a sus pares en las circunstancias más terribles que hayan enfrentado unos senadores en la vida pública chilena; incluso, ha prestado su colaboración al adversario, cuando pensaba que el bien de Chile lo exigía. Bueno; casi todo, buenísimo.

Casi todo, porque de un tiempo a esta parte -dos años, quizás tres- el senador Longueira ha comenzado a cultivar un personalismo ajeno a sus mejores méritos. Desde sus palabras, da a veces la impresión que si algo no cuenta con su apoyo, con su timing, con su aprobación final, no vale, aunque muchos otros que también exhiben méritos rotundos, puedan tener una opinión diferente.

Es lo que ha pasado con sus recientes declaraciones sobre la elección interna en la UDI. Es una pena, porque en términos simplistas y dramáticos, Pablo Longueira deslegitima una contienda tan necesaria como normal. Es simplista, porque, dice que un grupo de parlamentarios se enfrenta al tronco; y es dramático porque, profetiza, se podrían producir efectos lamentables. Todo esto, desde una premisa: él cree conocer a la UDI mejor que nadie.

Algo no cuadra esta vez en Longueira, porque los apoyos a José Antonio Kast vienen desde importantes fundadores del partido, pasan por todas las generaciones y se extienden hasta incluir a los más jóvenes de sus dirigentes. ¿Eso no es el tronco? Por otra parte, la opción de Kast es abierta, amistosa, servicial y llena de historia. ¿Qué tiene de lamentable su presencia y su competencia? Finalmente, suponer el máximo conocimiento de una realidad tan compleja como un partido grande, ¿no revela más voluntarismo que realismo? Quizás Longueira se ha quedado hace un tiempo con una imagen algo congelada del partido que él con tanta generosidad ayudó a construir y al que otros también sirven y conocen, algunos talvez mejor.

Lavín banalizó casi todo en la UDI y hoy no hay cómo meterlo en vereda; el riesgo ahora es que Pablo Longueira lo personalice y dramatice todo. Sin duda ésa no es su intención, pero la señal que ha dado a los electores del próximo 5 de julio ha sido tan personal como dramática: o votas por Coloma o te quedas fuera del proyecto. Mala, muy mala señal para un partido que necesita con urgencia a todos los mejores y al mejor Longueira.

Sí: Pablo Longuiera tiene muchos méritos, pero no es el único. Hay otros, no muchos pero sí suficientes, que lo equiparan en entrega y convicciones. Y que fueran muchos los dotados para conducir, era justamente una de las principales características del proyecto de Jaime Guzmán. ¿Habrá que lamentar, dentro un tiempo, que también eso se haya perdido en la UDI?

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