martes, 11 de agosto de 2009

Dos comentarios espectaculares.....



Se cambia para seguir igual,
por Margarita María Errázuriz.
En este período previo a las elecciones son más notorias algunas de las razones por las que no nos convencen las prácticas de los partidos políticos. Tenemos más presente la ausencia de nuevos liderazgos, la permanente reelección de los políticos de siempre, la falta de ideas. A mi modo de ver, estos hechos tienen en común el sistema de designación de los candidatos, un procedimiento que se rige por criterios no escritos pero que todos damos por conocidos. No sé cuán cierto es, pero nadie duda de que la designación de los candidatos es un juego con cartas marcadas. El as lo tiene quien ya ha sido electo alguna vez.
Para tener una idea de cuánto pesa en las nominaciones de candidatos el hecho de ir a la reelección basta analizar las plantillas con los candidatos de las dos coaliciones. En el caso de la Concertación, en 14 distritos de los sesenta que hay en el país se presentan sólo personas que hoy no tienen asiento en la Cámara, que de ser electos serían parte de las caras nuevas que llegarían al Congreso. En la Alianza, en 16 distritos se repite la misma situación. Si se cotejan ambas listas, hay 4 distritos donde sólo van candidatos nuevos y 35 en los cuales los dos diputados que hoy representan a dichos distritos van nuevamente a la reelección. Vale decir, en el próximo período en más de la mitad de los distritos se espera que no haya ningún tipo de renovación. En el próximo Parlamento las caras y las ideas nuevas serán pocas; lo probable es que el clima y el aporte a la discusión no sean distintos del que conocemos.
Como si el eco de estas quejas hubiese llegado a destino, en estos días se ha vuelto a discutir un proyecto de ley que limita la reelección de los parlamentarios. Aunque ello demuestra que podría haber interés por modificar el actual orden de cosas, la propuesta en cuestión no ofrece una real renovación del Congreso ni en el corto ni en el mediano plazo.
El proyecto de ley en discusión empezaría a regir en 2010 y permite la reelección por tres períodos a los diputados y por dos a los senadores. Dicho proyecto señala que para los parlamentarios en ejercicio al momento de publicarse esta ley, su primer período comenzaría en la siguiente elección de diputados y senadores. Ello quiere decir que, de aprobarse esta iniciativa, viviremos largos dieciséis años más bajo el mismo sistema de designación de diputados. Para senadores, el plazo es aún más largo, veinte años. Las cifras que hemos visto en los periódicos estos días sobre senadores y diputados que no podrían repostularse son fantasía.
No hay duda de que los legisladores no tienen mucho interés por cambiar esta situación. Sus disposiciones parecen un subterfugio difícil de defender. La ciudadanía, las personas normales y corrientes, piensa que la esperanza o la paciencia tiene límites.
En favor de los legisladores se podría pensar que una plantilla donde la mayoría de los candidatos va por primera vez, podría asustar. Es posible que en ese caso todos sintiéramos el temor que producen los cambios drásticos. Este proceso puede ser paulatino e iniciarse ya, si se buscan soluciones con creatividad.
Puede haber muchas formas para iniciar ahora una renovación del Congreso. Por ejemplo —pensando en que lo que más interesa es la calidad del aporte de los parlamentarios—, podrían repostularse nuevamente aquellos que sean bien evaluados en aspectos tales como indicaciones presentadas y aprobadas, y la defensa o el rechazo a proyectos con fundamentos sólidos y sin descalificaciones personales. Aun así, debería haber un tope para la reelección. Entiendo que habría que esforzarse un poco para precisar los criterios de evaluación y para luego aplicarlos. Pero si algo así se lograra, imagino otra calidad en la participación y en el debate en el Parlamento.
Necesitamos más creatividad y buena voluntad para contar con nuevos líderes en la política. Hay que esperar contra toda desesperanza. A lo mejor, la discusión en el Congreso resulta más fructífera de lo que se piensa.


Tropezando dos veces con la misma piedra,
por José Ramón Valente.
La crisis económica de los años 30 fue brutal, caídas de la producción superiores al 25% y tasas de desempleo por encima del 20%. Como consecuencia de la magnitud y duración de esta crisis, bautizada como la gran depresión, se produjeron innumerables cambios en las estructuras económicas y políticas en diversos países del mundo. En particular en Latinoamérica, después de un período de inestabilidad política que dio origen a más de una treintena de cambios de gobierno en el lapso de menos de tres años, los nuevos líderes de la región concordaron tácitamente en una nueva estrategia de desarrollo económico.
La idea de que la gran depresión era una especie de pandemia económica que se había originado en la bolsa de Nueva York y expandido injustamente hacia nuestra región, aleonó a los políticos latinoamericanos a proponer una ruta independiente hacia el desarrollo. La idea central fue que nunca más los países latinoamericanos debieran verse perjudicados por las burradas económicas de los países del norte. Para ello sería necesaria una fuerte intervención del Estado en la economía creando sus propias industrias y protegiendo de la competencia externa a los productores nacionales y entregándoles financiamiento a tasas preferenciales para que pudieran producir la mayor cantidad y diversidad los bienes que de otra manera tendrían que ser importados. También sería necesario expropiar las empresas de capitales extranjeros para no depender de las decisiones de inversión de dichas empresas para desarrollar sectores estratégicos como las telecomunicaciones. Estas decisiones dieron origen a los autos Torino en Argentina y a los televisores IRT en Chile. También nacieron instituciones como Corfo y monopolios como la CTC.
Por algunos años la estrategia pareció dar buenos resultados, se crearon efectivamente nuevas empresas y el Estado creció y se transformó en una gigantesca fuente de nuevos empleos. Así, las penurias causadas por la gran depresión parecían destinadas a desaparecer mientras los políticos se congratulaban por haber encontrado una vía latinoamericana al desarrollo.
Sin embargo, a los pocos años empezó a quedar claro que lo que se había vendido como un nuevo paradigma de desarrollo económico no lo era. El modelo de sustitución de importaciones con una industrialización inducida y dirigida y un estado empresario y megalómano sólo había funcionado por un tiempo gracias al financiamiento que le significó el repudio de la deuda externa, la expropiación de compañías extranjeras y sobre todo la inflación. La inflación fue en realidad la verdadera revolución económica del período posdepresión. Esta les permitió a los gobiernos cobrar impuestos sin necesidad de pasar una ley, reducir el poder adquisitivo de la gente y al mismo tiempo crearles una falsa ilusión de riqueza y expropiar legalmente a los ahorrantes personas.
En 1969, 40 años después del estallido de la burbuja bursátil en Nueva York, Estados Unidos maravilla al mundo poniendo un hombre en la Luna. Mientras tanto en Chile, los más afortunados tenían que conformarse con una Motochi (moto made in Chile), una Citroneta o una juguera marca Yaliban. El ingreso per cápita de un estadounidense promedio era cercano a dos veces el de un chileno medio antes de la depresión del 30, cuarenta años después, el experimento de los arrogantes gobernantes latinoamericanos que creyeron ser más inteligentes que el resto del mundo había arrojado como resultado que el ingreso per cápita de un estadounidense medio era cuatro veces superior al de un chileno medio. Las desigualdades sociales seguían siendo igualmente marcadas y casi la mitad de la población vivía bajo la línea de la pobreza.
Hoy, a raíz de la crisis financiera internacional, hay quienes parecerían querer reeditar los mismos errores que sumieron a Chile y Latinoamérica en un letargo de casi 50 años después de la crisis de los años 30. No dejó de llamar mi atención que en la presentación hecha por Eduardo Frei en el CEP la semana pasada se pudieran reconocer nítidamente algunas de estas viejas ideas. Frei habló en su introducción de la necesidad de hacer cambios profundos al modelo económico que venimos implementando en Chile en los últimos 30 años como consecuencia de la crisis. Con ello me recordó la vía latinoamericana al desarrollo. También habló de crear clusters, vocablo moderno que se utiliza para referirse a las políticas industriales dirigidas por el Estado. Habló sin tapujos de más regulación y más Estado. Incluso advirtió que la mayor intervención del Estado era tan obvia y necesaria que de ser Presidente, no iba a pedir permiso sino perdón para aumentarla en la economía. Hasta se refirió a la necesidad de mirar hacia los mercados internos de los países como forma de reactivación a raíz de la caída del comercio internacional.
Puede ser que yo esté viendo fantasmas donde no los hay. Es posible que mi interpretación del críptico discurso de Eduardo Frei en el CEP sea un tanto paranoica. Pero ciertamente sería interesante escuchar de él y de sus asesores desmentir enfáticamente que su modelo de desarrollo para Chile tenga algún viso de semejanza con los aplicados entre 1940 y 1970.

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