lunes, 6 de octubre de 2008

3 comentarios de lujo

Conservadores: es vuestra oportunidad
Gonzalo Rojas
Que si los mercados o el Estado; que si la autorregulación o, mejor, el control: en ese plano han querido poner algunos la discusión.

A los socialistas les conviene. Aunque son cortos y perezosos por definición de vida, cuando vislumbran una ventanita abierta en el tema que ya parecía cerrado -el modo de organizar la Economía- se cuelan por ahí, olvidando y disimulando todas las gorduras y grasas de sus propias experiencias gubernamentales. Y ofrecen sesudas lecciones, como si el siglo XX hubiese sido borrado de la Historia y el socialismo, por lo tanto, consistiese en una propuesta inaugural, nunca probada, nunca fracasada.

Oiga, oiga, estimado asesor socialista: saque sus sucias manos de esta cirugía, mire que están llenas de grasa (y en muchos casos, también de sangre).

Al frente, amagados, los liberales -tan inteligentes ellos para los números- no entienden que arrastrados al plano dialéctico que enfrenta al mercado con el Estado, ya perdieron la discusión: el chileno medio, casi siempre domiciliado en Pelotillehue, se inclina sentimentalmente a favor de la diosa burocracia, a la que considera una vestal pura y desprendida, mientras rechaza al viejo verde y cochino, al empresario de cigarro y levita.

Imposible para los liberales entender que las libertades se encarnan, a veces se infestan, e incluso llegan a invadir todo el organismo con su expansión cancerosa, si están mal concebidas.

De socialistas y liberales, basta ya. Porque ni en el Estado ni el mercado -qué diantres son esas entelequias- están los problemas.

La clave está en qué resulta ser aquello que llaman ciencia económica y cómo se la enseña a quienes después la practican, ya sea en los Estados o en los mercados.

La inmensa mayoría de los directivos y profesores de las Facultades de Economía, o Administración o Negocios -y da igual que sean liberales o socialistas- repiten que la suya es una disciplina que forma parte de las ciencias sociales; y así la clasifican, hermanándola con el Derecho, la Sociología y la Ciencia Política, cuyos cultores por algún motivo, tratan de alejarse, despavoridos, de tan magna compañía.

Pero la experiencia es contraria a esa clasificación. El haber enseñado en una facultad de Economía y Administración una asignatura obligatoria y netamente humanista, Derecho y Sociedad -y durante 23 semestres consecutivos- otorga algún conocimiento de la fauna aquella. Todos, absolutamente todos los pizarrones tenían -menos el de esa asignatura- todos, absolutamente todos los días de la semana, números y más números, fórmulas y más fórmulas: modelos, parece que los llaman. Ahí -se lo creen muchos profesores y se encandilan casi todos los alumnos- justamente ahí, estarían las soluciones para optimizar o regular, según las orientaciones de cada cual.

Por eso, no faltan las minorías algo más sinceras, que le otorgan a la disciplina incluso la calidad de ciencia exacta. Hay una ecuación, sabes, que lo aclara todo, te dicen.

Y en ese clima se forman -o más bien se deforman- emprendedores, controladores, ejecutivos, burócratas... los actores del mercado y los funcionarios del Estado, los que de un lado u otro olvidan que su disciplina no pasa de ser un conjunto de recetas, sólo convenientes cuando se conoce bien al organismo al que hay que alimentar: la persona humana.

¿Quedan aún profesores que consideren norma de oro, ésta que Miguel Kast formulaba con fuerte exigencia y que se leía así?: "No es el desarrollo en sí mismo lo que se persigue, sino que este desarrollo esté concebido como medio para alcanzar los valores superiores del hombre."

Uno que otro hay, uno que otro de esos que se preguntan siempre en primer lugar por el ser humano de alma inmortal, por sus vínculos familiares y de amistad, por su acceso al arte y al descanso, por su salud mental y moral. Como no queda espacio para otra denominación, conservadores los llamarán sus pares, si es que se topan con alguno; otros, más despectivos, se quejarán frívolamente del fundamentalista aquél o del integrista tal o cual, de esos tipejos que nada saben de economía y se atreven a citar filósofos en el reino de los modelos, viste.

Que no entiende de números, que es un iluso precientífico, dirán los liberales. Que no sabe nada de cambios, que es un retrógado que protege intereses, dirán lo socialistas.

El conservador sonríe: entiende de personas, de libertad, de los verdaderos fines de la vida; y, por eso, ya caló a los socialistas y a los liberales por igual.

La sociedad de los sueños... y de la "cola larga"
Karin Ebensperger

Mientras discutimos sobre la crisis de Wall Street, un mundo nuevo está ocupando lentamente el horizonte económico. Internet está creando comunidades de intereses, tribus con sentido. Es la tendencia hacia un mundo horizontal, ya no vertical dominado por los Estados, y en él las extrañas maniobras de Wall Street o los proteccionismos de los gobiernos sonarán absurdos. Creer que el mundo es manejable sólo según las antiguas leyes económicas es no entender que están surgiendo otras lógicas.

Chris Anderson, uno de los autores más citados en estas nuevas tendencias, en sus libros "Free" ("Gratis") y "The Long Tail" ("La cola larga") explica cómo la tecnología nos hace pasar de mercados de masas a mercados de nichos. Dice que en internet es más rentable vender menos cantidad de muchos productos diversos, que mucha cantidad de pocos productos genéricos. Pasamos así de una cultura de la uniformidad a una cultura de la diversidad.

La tecnología permite costos marginales casi nulos, y avanzan los negocios bajo el concepto de lo gratis.

En los tradicionales medios de comunicación como la TV se entregan productos genéricos para llegar a un público masivo, porque en el siglo XX la capacidad de distribución era muy limitada. Existía un número finito de canales, radios o diarios y había que ganar la atención de mucha gente a la vez. Era la sociedad de masas.

Hoy la emisión no es un problema, son infinitos los canales de internet. Y eso cambió el concepto de la distribución. En la nueva economía se trata de atender una multitud de micromercados con necesidades particulares y concretas, ya no genéricas.

De un perfume se regala 0,1% del producto para vender el 99,9% restante. En internet ocurre lo opuesto: se entrega gratis 99.9% del producto, para cobrar el 0,1%, a una masa mucho mayor.

Si los Rolling Stones suben gratis una canción a internet, la oyen cientos de millones. Basta que un mínimo porcentaje se interese en comprarla o en sus conciertos y productos asociados, para que sea mucho más rentable que si hubieran cobrado a menos personas dispuestas a pagar.

Es lo que pasa con Wikipedia, o los blogs, que llegan a millones. El negocio es la atención -captar a las personas para que hagan click en el mensaje- y la reputación -la valoración de ese mensaje-. Los inventores de Google entregaron información gratis al usuario, consiguieron atención y reputación, y tuvieron éxito rotundo.

En la nueva economía de internet, la información genérica es gratis. Pero el segundo "click", que implica buscar la información más específica, hecha a la medida, única, es muy valioso y rentable. Es la "larga cola" de nichos.

Los nórdicos la llevan en este nuevo concepto de economía. Rolf Jensen, quien dirigió el Instituto de Estudios Futuros de Copenhague, escribió "The Dream Society" ("La sociedad de los sueños"). Dice que hace 25 años vivimos en la llamada era de la información, pero el próximo desarrollo es la era de los sueños, un equilibrio entre lo racional y lo emocional.

"No tenemos defensas contra una historia bien contada, porque va directa al corazón", nos dice. Las personas no tomarán sus decisiones sólo por los beneficios intrínsecos de los productos y servicios, sino cada vez más por un valor agregado que satisfaga sus necesidades emocionales de aventura, amor, amistad, identidad, tranquilidad, fe o creencias.

Jensen cree que la materialización de los sueños es el móvil del desarrollo humano. En la actual era de la información de Bill Gates, Jeff Bezos o Steve Jobs, valoramos los datos. En la sociedad de los sueños, los triunfadores serán quienes logren que los datos apelen a las emociones, a través de las historias con que revistan sus productos y servicios.

Todo esto, por supuesto, no reemplaza nuestra necesidad de plantar trigo para comer pan. Pero sí es una tendencia, y se basa en la percepción de que incluso un simple pan, asociado a una idea de salud o agricultura sustentable, es más apreciado que el que está en el canasto del lado.

Lo que nos enseñan Anderson y Jensen es que hay un nuevo zeitgeist o espíritu de los tiempos: mientras más masivamente estamos comunicados, más individualmente queremos ser tratados.

Mercados accionario y político en Norteamérica
Harald Beyer, CEP.

Hace exactamente tres semanas, John McCain probablemente no cabía en sí de felicidad. Había logrado remontar una desventaja que parecía imposible de cerrar. Tanto, que unos días antes, en una comida de recaudación de fondos, Barack Obama dejaba traslucir su decepción con el giro que había tomado la campaña. Por primera vez, desde que asegurara el triunfo en la primaria demócrata, la posibilidad de perder la elección se volvía un evento cierto. Quizás la mejor manera de estudiar lo que estaba pasando era revisar la bolsa política www.intrade.com. En esta página se pueden transar “acciones” de ambos candidatos. Una de ellas informa del triunfo de McCain. Otra, la victoria de Obama. La acción toma el valor 100 si gana el candidato que la representa y 0 en caso contrario. Pero antes de que se concrete la elección los precios fluctúan entre ambos valores.

Si una persona cree que la probabilidad de que gane uno de los candidatos es mayor a la reflejada en el precio de las acciones, tendrá incentivos a comprar, porque podrá hacer una ganancia económica.


Al revés, si estima que esa probabilidad es menor, tendrá incentivos a vender. Es un mercado, entonces, que no funciona muy distinto de la bolsa de valores.

Este mercado tiene el mérito, a diferencia de las encuestas, de revelar diariamente la marcha de las campañas. Así, por ejemplo, hacia fines de agosto, al iniciarse la Convención Demócrata, las acciones de Obama y McCain se transaban a 60 y 38, respectivamente. Menos de 20 días después, el viernes 12 de septiembre, este mercado había cambiado radicalmente. La primera de esas acciones había cerrado en 47 y la de McCain en 52. En un período muy corto habíamos asistido a un cambio dramático en la percepción de quién sería el ganador de la próxima elección presidencial.

No hay un único factor explicativo, sólo sabemos que en ese lapso se realizaron ambas convenciones, se produjo la sorpresiva nominación de Sarah Palin como vicepresidenta —una decisión desacertada, aunque el debate de ayer puede haber despejado las dudas que se habían acumulado sobre ella— y se materializó una agresiva campaña republicana dirigida a mellar quizás el principal activo de Obama: su carisma. La candidatura demócrata no sólo parece haber quedado descolocada en este período, sino que también se dejó atrapar inadvertidamente en la muy calculada estrategia de McCain de alejar del debate electoral los asuntos económicos.

Wall Street vino en ayuda del candidato demócrata unos pocos días después. Lehman Brothers se declaró en quiebra, Merril Lynch fue adquirido por el Bank of America y AIG, capitalizada por el gobierno estadounidense. La incertidumbre y volatilidad subsecuentes son por todos conocidas.

Ninguno de los candidatos ha brillado demasiado en esta coyuntura, pero la estrategia del candidato republicano se vino abajo tan rápido como la bolsa estadounidense. Sus desafortunadas declaraciones respecto de que los fundamentos de la economía de su país eran sólidos y su actitud errática respecto del debate, cuando los votantes sólo querían certezas de sus líderes, han dañado su imagen.

Si antes se podía apostar a evitarla, ahora la economía es la única preocupación de la elección y McCain pagará las consecuencias tanto de no haberse preparado bien en esta dimensión como de representar al partido de Bush. Al igual que la bolsa de valores, el mercado político es cruel y hoy, mientras la acción de Obama se transaba en 66, la de McCain lo hacía en 34. La suerte de la elección parece ya estar echada.

Acount