lunes, 13 de octubre de 2008

Dos comentarios excepcionales

Bienvenida la competencia total
Gonzalo Rojas

Los partidos de la Alianza se han declarado la competencia total para las parlamentarias de 2009. Buena cosa.

Competir en los 60 distritos por las diputaciones y en todas las circunscripciones que eligen senador, vaya novedad, parece de la esencia de una actividad llamada elecciones. Y si alguien se sorprende o escandaliza por aquella declaración, es porque en oportunidades anteriores una buena cantidad de esas contiendas se resolvieron por la vía de las confirmaciones. En efecto, la UDI y RN convinieron, decenas de veces antes, que fulano o la zutanita serían simplemente confirmados por el electorado adicto. Y quizás han ido acostumbrando a sus votantes a mecanismos tan robotizados, que no por ser indoloros dejan de ser una adicción.

RN pudo, debió, anunciar de otro modo, menos desafiante, su implícita decisión de competir por todos los cargos. La UDI pudo, debió, reaccionar de modo menos beligerante, aceptando más amablemente esa muy conveniente postura. Pero, más allá de los modos -siempre importantes en las relaciones públicas- ya está: hay a futuro una competencia total, que no tiene por qué ser una guerra total. El rival, el adversario, está al frente.

Los primeros beneficiados serán los electores. Nunca más tendrán que enfrentarse a una papeleta en que figure un solo candidato (Allamand) o tengan por opción un postulante real (Bombal y Fernández) y otro de cartón (Ghyra y Catalán), o los dos candidatos sean tan parecidos que haya escasa diversidad (Kuschel y Brahm).

Por cierto, para apreciar el valor de una competencia total, al electorado aliancista (incluyendo al desencantado que proviene de la Concertación) se le ruega que abandone los tres lugares comunes, que repite con entusiasmo en reuniones y sobremesas: "ya se están peleando de nuevo", "nunca hay caras nuevas en la política chilena", y "no acepto que a los candidatos los designen los partidos".

El nuevo escenario exige que un votante de la Alianza escoja más bien otra matriz: "Competir con los mejores permite renovar las caras, y obviamente esos candidatos los deben escoger los partidos" (y si esto último le resulta difícil de aceptar, siempre está la posibilidad de que el elector independiente levante una candidatura igualmente autónoma. Pero cuesta, ¿no?).

Los segundos que salen ganando son los propios partidos. Dispondrán cada uno de 69 cargos por los que competir de manera real. Una buena cantidad de esos postulantes ocupan ya los asientos respectivos o serán diputados que buscarán una senaduría. Pero dos tercios de quienes deban postular saldrán al ruedo electoral con la energía fresca de su primera contienda. Y saldrán a ganar, con tutti, si son candidatos reales.

Ciertamente, aquí se presenta otro problema. Para que las candidaturas de la UDI y RN sean tales, para que ciertas personas merezcan estar en sus plantillas, debe haber una clara y rotunda identificación con los principios de cada colectividad. Un candidato RN más parecido a un UDI, ¿qué hace en un partido más liberal? Un postulante UDI, relajado en sus convicciones fundamentales, ¿qué hace en una colectividad más conservadora?

Para la UDI, al menos dos problemas son ejemplos de muchos otros al momento de configurar sus plantillas: Lavín debe definirse (¿será posible?); a Bitar, doña Cristina, se la debe testear en su adhesión al ideario de Jaime Guzmán (no parece que vaya a pasar el examen). Y el que no supere la prueba de estas blancuras, nada, mi amigo: a una candidatura independiente. ¿O es que acaso no sería otra forma de corrupción política el que unos bacheletistas-aliancistas fuesen parte de listas claramente opositoras al concertacionismo?

Para RN, el desafío es exponer de verdad a Procurika, a Romero y a Espina. Un trago que podría ser muy amargo.

Porque si va a haber competencia total, debe haber transparencia total: no más bailes de máscaras ni exhibición de disfraces (supongamos que todos los partidos -en la Alianza, en la Concertación y en cuanto pacto menor exista- habrán aprendido una máxima del Chile político actual: "Cría díscolos y te sacarán los ojos").

Los últimos beneficiados son los autoproclamados servidores públicos. Muchos aceptarán el desafío de la competencia total. Otros, ante la posibilidad de competir y ser derrotados, podrían perder súbitamente toda ilusión de servicio. Gran ocasión de saber quiénes son de verdad y quiénes de mentira.

En este contexto, como dijo el gran Leonel: "Que gane el más mejol".

Washington y Wall Street: el problema fue la actitud
Karin Ebensperger

Los líderes fallaron. En EE.UU. se dio una fatal suma de malos conductores. El Presidente Bush gastó como país en guerra (artificial) en Irak y además condujo mal las políticas económicas, y el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan estimuló una política irresponsablemente expansiva. Las personas fueron inducidas a endeudarse, desde el gobierno y la Reserva Federal. Y se alteró el mercado hipotecario y la economía en general.

EE.UU. vive una peligrosa falta de líderes, no hay una conducción respetada. Bush es un Presidente fallido que tres de cuatro norteamericanos desaprueba. McCain no logró siquiera entusiasmar a los propios republicanos, que en alto porcentaje rechazaron en el Congreso el paquete de medidas de salvataje que él apoyó. Y Obama ha sido un avestruz, no ha marcado futuro, no ha demostrado liderazgo de peso en un momento crucial.

El aparato estatal estadounidense creó incentivos perversos. En una economía de libre mercado, el principal rol del Estado para favorecer la libre competencia es regular poco y bien, para evitar distorsiones, monopolios, abusos, falta de transparencia. Todo esto no ocurrió en EE.UU. por mucho tiempo. Y en esta columna dijimos varias veces lo peligrosamente endeudado que estaba EE.UU. y cómo China indirectamente le prestaba dinero comprando bonos.

La distorsión partió desde el Estado con el Presidente Bill Clinton, quien presionó para la entrega de populares créditos de alto riesgo; continuó con la administración Bush, quien siguió forzando la demanda y se distrajo en Irak, y el gran director de desaciertos fue Alan Greenspan: alteró todo al impulsar la excesiva liquidez; promovió y hasta premió un mal comportamiento de los norteamericanos, que estaban siendo seducidos hasta el extremo a endeudarse.

Se otorgaban préstamos irrisorios de instituciones garantizadas por el propio Estado como Fannie Mae y Freddie Mac, que entregaron recursos por más de ¡50 veces su patrimonio!

Se sumó la mala conducta del sector privado: no el de la economía real, sino el de Wall Street. El management no actuó en interés de los accionistas -base del sistema-, sino que con el criterio de que las ganancias eran para los banqueros, y las pérdidas para los pequeños. Todos los distorsionadores se fueron con suculentas indemnizaciones.

Por eso hay una sensación de fastidio tan grande en EE.UU. La gente percibe cómo le alteraron el sistema.

La buena noticia es, paradójicamente, esa desconfianza: es mala para la coyuntura económica, pero habla bien de los norteamericanos. Están furiosos con Bush, Greenspan, Wall Street. Los que trabajan, los que se arremangan y los que innovan y han creado los avances tecnológicos que impulsan al mundo, están reaccionando. EE.UU. nació como nación declarando la responsabilidad personal y la mínima injerencia del Estado, el cual debía generar el marco para el desarrollo individual. Si no recupera esa actitud, y se blinda de autoridades como Greenspan, EE.UU. habrá perdido su esencia.

Acount