martes, 21 de octubre de 2008

Imperdibles de este mártes.

Del Chile de Acosta al Chile de Bielsa
José Ramón Valente

Don Nelson, como le dicen sus pupilos al ex entrenador de la Selección Chilena de fútbol, Nelson Acosta, tiene en su currículum el haber clasificado a nuestra selección al mundial de Francia en 1998, el último en que participó el equipo de todos y el único desde el Mundial de España en 1982. Una tremenda hazaña para todos los que nos gusta este deporte de multitudes. A pesar de sus resultados, a muchos nos les gusta el esquema de juego de Acosta. Se dice que Acosta es “ratón”, que juega a empatar. También se le reprocha al seleccionador nacional que hiciera vista gorda con la indisciplina de los jugadores, particularmente aquellos más talentosos que le son útiles o imprescindibles para su sistema de juego.

Los últimos dos gobiernos de la Concertación tienen similitudes con el estilo Acosta. Al igual que Don Nelson, Lagos y Bachelet en materia económica han jugado al empate. Desde la oposición y desde los sectores técnicos de todos los colores políticos, se ha insistido por años en la necesidad de reformas modernizadoras que den un nuevo impulso de crecimiento al país, pero éstas nunca llegaron. La regla de superávit estructural, probablemente la política pública en materia económica más exitosa de ambos gobiernos, es como salir a jugar al empate. Ahorramos hoy para tener para mañana.

Por cierto, cuando jugamos de visita, es decir, en condiciones adversas como la crisis internacional, un empate es muy bueno. Los gobiernos del último decenio han tenido también sus años de gloria, al igual que don Nelson cuando clasificó a Chile al Mundial 98. Un par de años, los gobiernos de Lagos y Bachelet lograron tasas de crecimiento del orden de 5% a 6%; sin embargo, en promedio, el crecimiento económico ha sido inferior al 4%. Los años buenos coinciden con aquellos en que las condiciones internacionales, o sea, condiciones externas ajenas a la gestión de los gobiernos, fueron muy buenas. A Acosta le ocurrió algo similar, cuando contó con figuras individuales excepcionales como Zamorano y Salas, que no pueden ser atribuibles a su gestión, fue cuando logró sus mejores resultados. Al igual que con el crecimiento económico, cuando estas figuras no estuvieron más, los resultados también se esfumaron.

En cuanto a las licencias disciplinarias que se le enrostran a Acosta, también los gobiernos de la Concertación prefirieron no enfrentar a los gremios de los profesores, los sindicatos de los trabajadores del Codelco, o los activistas mapuches, por ser políticamente incorrecto, y porque evitarse un problema con ellos les era útil a sus objetivos políticos. De la misma manera que a Acosta le fue políticamente correcto y útil mantener en cancha a algunos jugadores talentosos pero indisciplinados. Lamentablemente, el costo de hacer vista gorda con la indisciplina es gigantesco para las generaciones futuras. En el caso de los futbolistas se manifiesta en situaciones tan lamentables como la que vivió la Selección Chilena en julio de año pasado en Puerto Ordaz, Venezuela, cuando habiendo clasificado para los cuartos de final de la Copa América un grupo de jugadores decidió salir a festejar y llegar de madrugada al hotel donde estaban concentrados, haciendo escándalo y destrozos y poniendo así en riesgo sus carreras profesionales, la imagen pública internacional de todos los jugadores chilenos y los resultados deportivos de la Selección. En el caso de los gobiernos de la Concertación, el haberse hecho los lesos con las evaluaciones docentes de los profesores tiene consecuencias negativas sobre la calidad de la educación de toda un generación de jóvenes chilenos, el haber hecho vista gorda con la violencia indígena en el sur ha significado que miles de millones de inversión no se lleven a cabo en la zona del conflicto y el haber dado cabida a las demandas de los sindicatos de Codelco ha permitido que los costos de producción de la cuprífera estatal escalen hasta cerca de US$ 2 y pongan en riesgo la viabilidad financiera de esta compañía en caso de que los precios del cobre continúen cayendo como ha ocurrido en los últimos tres meses.

En el fútbol, Chile dejó atrás la era Acosta y dio paso a la era Bielsa. El “Loco”, como apodan al actual seleccionador nacional, es distinto de don Nelson en dos aspectos fundamentales: juega a ganar y no acepta indisciplina alguna en sus jugadores. La afición chilena está encantada con Bielsa. Los hinchas han entendido que para alcanzar grandes metas hay que correr algunos riesgos y tomar decisiones difíciles si estas están en línea con los principios que se han definido. Como dejar en la banca a Valdivia, probablemente el jugador chileno más talentoso del momento, ante la más mínima muestra de indisciplina. Decisión correcta bajo el principio de no tolerar la indisciplina, pero políticamente muy arriesgada, considerando las criticas que podría haber recibido de la afición y sobre todo de los ácidos comentaristas deportivos de haber obtenido un resultado adverso por tal decisión. Jugar a ganar implica que se puede perder tres cero con Brasil, pero también se puede ganar cuatro cero a Colombia y uno cero a Argentina. Emprender, innovar y generar valor nunca están exentos de riegos, pero constituyen la única manera de obtener resultados importantes en el largo plazo.

Chile entero y no solamente el fútbol debe entrar a la era Bielsa. Las políticas públicas deben orientarse a hacer lo correcto y no lo políticamente correcto, y el futuro debe enfrentarse con un cambio de mentalidad. Hay que dejar de jugar al empate, hacer las transformaciones en el campo de la educación, la administración del Estado y el mercado laboral que Chile requiere para ser más competitivo y tener oportunidad de crecer nuevamente a tasas de 6% o 7% al año. Chile puede ser tan competitivo y pujante como los tigres asiáticos, no debe conformarse con ser uno de los mejores de Latinoamérica. Más que mal ya logramos ganarle a Argentina que es uno de los mejores del mundo.

Si de elegir se trata...
Margarita María Errázuriz


M e parece necesario hablar de la próxima elección municipal. Es un espacio de formación cívica, de ejercicio de nuestro compromiso ciudadano y de expresión de la democracia. Pero hay una serie de interrogantes en el aire que no nos motivan a participar y a comprometernos, menos aún a identificarnos con sus resultados, los que, a mi juicio, tienen mucha importancia para la vida cotidiana. La forma como los partidos políticos y los candidatos están enfrentando esta contienda juega en contra de una educación cívica y de un sano ejercicio democrático.

A primera vista, todo nos lleva a pensar que podría haber un conflicto de intereses.

Los candidatos creen que está de moda y que es una ventaja omitir su filiación política. Pero los partidos quieren sumar esos votos —personales, más que políticos— como adhesiones, buscando posicionarse en la carrera presidencial. A los ciudadanos comunes y corrientes nos parece que se trata de estrategias difíciles de entender: con ellas no ganan ni los partidos ni los candidatos, al distorsionar un proceso clave para potenciar la ciudadanía y la democracia. La gran mayoría de nosotros tomará palco frente a las cuentas alegres que harán las colectividades políticas este domingo

Así como no se conoce abiertamente la filiación de los postulantes a concejales, tampoco las acciones que les gustaría llevar a cabo. La verdad sea dicha: ésta es casi una misión imposible. La principal tarea de un concejal es fiscalizar al alcalde y aprobar o rechazar sus planes comunales. Vale decir, ellos sólo pueden pronunciarse sobre las propuestas del alcalde y supervisar su desempeño. La administración local es prácticamente una réplica de los gobiernos presidenciales. Si la propia normativa municipal no da a los candidatos oportunidades para definir su posición frente al quehacer en su comuna, en la medida en que no conocen los planes del futuro alcalde antes de iniciar su campaña, no pueden opinar y, así, permitir a quienes votan hacer opciones fundadas. Es curioso que cuando se elaboraron estas normativas no se haya pensado en sus consecuencias y en que la información es una condición básica para unas elecciones democráticas con compromiso ciudadano.

La decisión de los candidatos de ocultar su adhesión partidaria y su dificultad para explicitar qué van a hacer una vez elegidos deja a los electores sin el conocimiento necesario para tomar decisiones. Seguramente los postulantes son más explícitos en sus proclamaciones, pero los que no vamos a actos de lanzamiento de campañas o a encuentros populares con los candidatos sólo sabemos de las elecciones por los afiches en las calles, los que dicen poco. Nos hace falta saber quiénes son los candidatos y qué harán si son elegidos. No puedo creer que se espere que elijamos entre una cara bonita y otra simpática y que no se haya pensado en la gran falta de respeto que esta situación significa para los electores. Me pregunto qué concepto de democracia se quiere inculcar.

Doy tanta importancia a la propaganda masiva en áreas públicas porque es el medio de información para el grueso de los votantes. No nos olvidemos de que la mayoría de la población no participa en la vida de los partidos. Una amiga que postula a concejala me contó que a su proclamación sólo fueron los conocidos de siempre; en su opinión, se sacaron la suerte entre gitanos. Se sintió muy defraudada.

Para que las elecciones sean un proceso informado y los concejales puedan hacer campaña con posiciones definidas, propongo que se exija a quienes postulen para alcaldes que, al inscribirse, presenten su plan de desarrollo comunal —éste sería un requisito para ser electo— y que todos los planes que se reúnan sean dados a conocer con recursos de la propia municipalidad. Así, los candidatos a concejales podrían definir oportunamente su posición, y nosotros, los electores, votar tranquilos con conocimiento de causa. Simple y efectivo.

Acount