viernes, 10 de octubre de 2008

Primavera otoñal

Primavera otoñal
Pilar Molina

Me encanta la primavera. Es el símbolo de la vida, marca el nuevo ciclo. Los árboles están vistiéndose de verde. Donde miro, la vida renace. Hay ánimo para empezar de nuevo.

Pero no es eso lo que se percibe en el Chile real. No hay lugar para los nuevos brotes. Los chilenos ni siquiera nos estamos reproduciendo. Si la población aumenta, es sólo porque los mayores se mueren más tarde.

No hay mucho espacio para que se levanten al sol las nuevas ramas, sofocadas por la sombra de los troncos leñosos que no dejan entrar la luz.

La Concertación, qué duda cabe, ha sido en muchos sentidos una exitosísima coalición. Pero ahora pareciera que no se decide a convertir lo viejo en nuevo, con savia joven. Los de antes les siguen imponiendo a los de ahora su mirada ideologizada y llena de antiguos rencores. Continúan volviendo cada año al 11 de septiembre como un ritual, empezando por Palacio. También al 5 de octubre. Aunque no haya ánimo para llenar un estadio, hay que insistir en el pasado.

Los símbolos antiguos, ahora despojados de contenido, se convierten en ritos vacíos para unos y en fiestas del lumpen para otros.

Muchos de los líderes ahora gastados son los mismos que hace 20 años estaban en una gesta que sentían heroica. Entonces hacían historia, eran jóvenes, estaban armados de voluntad de cambio, de ideales.

Ahora no hay lugar para las nuevas generaciones en las bancas del Senado y de la Cámara. Tampoco en las dirigencias de los partidos. Las mismas caras, los mismos nombres de hace 20 años. A lo más, los emergentes con mayor pujanza, ya no tan jóvenes, deben contentarse con un sillón alcaldicio.

Las nuevas generaciones se estancan en el marasmo de lo añejo y, en vez de formar nuevas ramas, más sanas, jóvenes y fuertes, se conforman con tratar de ser modestas ramillas del tronco principal y se dejan contagiar con las mismas pestes que socavan la corteza mayor.

Así no puede haber proyectos, no puede haber esperanzas. La generación del 88 cumplió su rol. Pero vació sus ideales sin renovar la tierra con nuevas semillas y abonarla con los desafíos para estos nuevos tiempos. Los de antes, como la dicotomía dictadura-democracia, ya no tienen valor. Y no hay espacio para los verdaderos retos y preocupaciones del siglo XXI.

Tienen la mayoría, pero no saben qué hacer con ella, porque está vacía. O lo que hay no alcanza para darle sentido a la coalición.

La Alianza, por su parte, aunque en menor medida, también exhibe signos de una falta de renovación de sus liderazgos.

¿No será el momento de mirar a través de ojos nuevos? ¿Esos como los de "Educación 2020"? Sin ideologismos ni rencores paralizadores, sin compromisos ni concesiones a los grupos de interés, se atreven a encarar de verdad la mayor deuda del país con todos los chilenos, especialmente los más pobres.

Refrescante la irrupción de ese fenómeno y, más todavía, la espectacular acogida que encontró. El desafío de la educación, como tantos otros tópicos e ideales, se había convertido en una frase que veníamos repitiendo como monserga desde hace años y que hemos seguido convirtiendo en la arena de lucha del enfrentamiento ideológico de los 70.

No es que no sepamos qué hay que hacer. El diagnóstico está sobre la mesa desde que Eduardo Frei nombró en 1994 la Comisión Brunner, cuyas conclusiones y propuestas tienen más de una década.

Lo que ocurre es que seguimos atrapados por el pasado. Cautivos de los eslóganes previos a la caída del Muro, poniendo en contradicción lo que no tiene por qué estarlo, como el lucro con la calidad, o la evaluación de los profesores con el abuso docente.

Ese movimiento ciudadano sí constituye una promisoria primavera. ¿Lo dejaremos florecer, dejando atrás las banderas del ayer, promoviendo los cambios que requiere el Chile del mañana? ¿O también lo ahogaremos con la carga de las sombras vetustas que recibimos y que nos empeñamos en legar a los que nos siguen?

Acount