viernes, 31 de octubre de 2008

Punto de inflexión, por Andrés Allamand

Punto de inflexión

Los ingenieros afirman que un “punto de inflexión” es aquel en que “las curvas cambian sus concavidades”. En lenguaje simple, es aquel en que las tendencias se invierten.

Hasta ahora, la Concertación exhibía un récord perfecto: nunca había perdido una elección frente a la Alianza. Los resultados ratificaron que hoy es una fuerza declinante y la Alianza una ascendente.

Y si alguna duda subsistía de la derrota de la Concertación, los hechos de esta semana la confirmaron: la dramática renuncia de Soledad Alvear, la caída libre del PDC, las recriminaciones cruzadas entre el PS y el PPD, los vanos esfuerzos de Camilo Escalona por “disciplinar” sus huestes, las insólitas propuestas de integrar al Partido Comunista al gobierno y el abrupto cambio de escenario presidencial. Incluso el éxito relativo de las dos listas en la elección de concejales hizo recordar la frase de Pirro, quien tras derrotar a los romanos en una sangrienta batalla afirmó : “Otra victoria como ésta y estaré vencido”.

El éxito de la Alianza no es sólo producto del enorme desgaste de la Concertación. Es el resultado de una triple convergencia: la unidad de sus fuerzas, la energía de su acción opositora y el liderazgo de Piñera.

Hasta ahora la unidad era el atributo más destacable de la Concertación y la división un pesado lastre para la Alianza. Hoy los papeles han cambiado: mientras RN y la UDI han aprendido a manejar sus diferencias, los partidos de la Concertación van indefectiblemente en la ruta contraria.

El vigor de la acción opositora ha dado sus frutos. Ningún candidato aliancista que desbancó a los candidatos “fijos” de la Concertación (Zalaquett en Santiago, Plaza en Cerro Navia, Castro en Valparaíso, Becker en Temuco, por nombrar sólo algunos) lo hizo apelando al “bacheletismo aliancista”. Al revés, todos denunciaron las irregularidades, se diferenciaron de sus adversarios y plantearon con convicción sus propuestas alternativas. Por eso ganaron. Al revés, los que armaron estrategias deslavadas y apostaron a quedar bien con moros y cristianos perdieron inapelablemente.

Sebastián Piñera fue claramente un factor de triunfo. Trabajó incansablemente y recorrió el país de punta a punta. Pero más que eso: pese a no ser el candidato “oficial” de la Alianza, apoyó a todos los candidatos RN y UDI por igual. No “regateó” fotos ni frases en las radios, y estuvo presente en proclamaciones y cierres de campaña sin distinciones. Actuó como se espera de un candidato presidencial: a disposición de todos los candidatos, ajeno a las lógicas de competencia partidista. Sin embargo, para la Alianza el camino a La Moneda no está despejado. Y debe partir por evitar tres posibles errores.

En primer lugar, despreciar el valor de la unidad y marearse en las viejas peleas intestinas. Aquí debiera aplicar la sabiduría del gran Churchill: “Para construir, es necesaria la laboriosa tarea de años; para destruir, basta el acto irreflexivo de un solo día”.

En segundo lugar, ablandar su estrategia de firme oposición y trabajar de “perdonavidas”. Mucho peor: comprarse la ingenuidad de que una actitud condescendiente con el actual gobierno “garantiza” la buena voluntad de los futuros opositores. Los que así piensan pasan por alto un pequeño detalle: que los “futuros” opositores todavía habitan La Moneda y van a defender esa posición con dientes y muelas.

En tercer lugar, no advertir que es fundamental expandir la Alianza. El gran resultado del PRI, el significado político de ChilePrimero y la fuerza de los independientes demostrada —entre otros lugares— en Antofagasta y Punta Arenas, hablan por sí mismo de un nuevo mapa político. La Concertación está encajonada: sólo puede girar hacia el Partido Comunista, renegando de su esencia y mirando al pasado. A la inversa, la Alianza puede abrirse hacia todas esas nuevas fuerzas, enriqueciendo su identidad y mirando el futuro

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