viernes, 12 de diciembre de 2008

Dos comentarios de lujo

25 años no fueron suficientes.

Alberto Medina Méndez

Corrientes – Corrientes - Argentina 

Han transcurrido 25 años desde aquel emotivo regreso a la democracia. Ha pasado bastante tiempo desde ese entonces. Ese derrotero reconoce diferentes hitos en su trayecto. Algunos éxitos, otros tantos fracasos. Hemos tenido que tropezar demasiado para llegar hasta acá. 

Tal vez sea tiempo de reflexionar sobre lo pasado, valorar lo logrado y enfocarnos en las asignaturas pendientes que son muchas por cierto. 

No hay dudas de que hemos avanzado. Haber superado una etapa de quiebres institucionales, sin recurrir al amparo de las fuerzas armadas para resolver los conflictos, ha sido todo un logro. Mucho más aún si tenemos en cuenta la frondosa historia que ostentamos en la materia. 

Y no es que no hayamos  enfrentado escollos. Los tuvimos y muy serios. Pero algo cambio entre nosotros y pudimos sostener esta continuidad democrática. Al menos la convicción de no repetir aquella lista de errores del pasado pudo superar a la inercia simplista de golpear las puertas de los cuarteles. 

Tampoco debemos engañarnos. Solo hemos dado algunos pasos. Podemos hablar hoy de esta incipiente democracia, de una joven republica pero debemos saber que aun gatea buscando su destino pretendiendo consolidarse año a año. 

No pudimos, en este tiempo, comprender definitivamente el concepto de República y la esencia de la división de poderes. Mucho menos aun supimos interpretar el federalismo. 

Por ahora solo hemos aceptado cambiar de "patrón". De la sumisión al poder que imponían las armas, pasamos a una nueva forma de esclavismo político. Esta vez los ciudadanos solo pudimos subordinarnos a la dictadura de la partidocracia electoral. 

Esta claro que nos falta mucho. Pero el camino que nos toca recorrer no tiene que ver como afirman algunos, con el paso del tiempo. Es que la madurez política no es la consecuencia del mero transcurso de los años. La madurez implica aprender de los errores, y los argentinos aun no hemos logrado hacer doblar esa curva que tanto tiempo nos viene llevando. 

Es cierto, hemos avanzado. Esta renga y débil democracia es mucho mejor que aquellas aventuras despóticas del pasado. Pero aún no hemos comprendido como ejercer con tolerancia el poder. Todavía nos ciegan ciertas prácticas autoritarias y la crítica no se asume como parte del proceso de intercambio de ideas. 

Los intentos violentos que transcurrieron en los primeros años de la recuperada democracia, tuvieron protagonistas de uno y otro lado. Los intolerantes de la década más despreciable de la historia argentina aparecieron en diferentes momentos para intentar nuevamente alzarse con el poder. 

En estos años incurrimos en una interminable secuencia de errores. Así dimos paso a supuestos recursos que apuntaban a lograr la tan mentada pacificación nacional. Solo dejaron heridas abiertas y permitieron que sigamos en estos días,  discutiendo cuestiones que ya deberíamos haber resuelto, pero que por esquivarlas y no enfrentarlas con coraje, solo supimos prolongar la agonía para que nos reboten sus consecuencias muchos años después. 

Tal vez el aprendizaje haya sido que a los problemas se debe enfrentarlos, y no esquivarlos. Las enseñanzas de aquellos errores están demasiado a la vista. 

El clientelismo, la prebenda, la corrupción no solo no han disminuido, sino que se han perfeccionado con nuevas variantes en este tiempo. Es tal vez la cuestión en la que mas hemos retrocedido. Lamentablemente no parece que hayamos encontrado aun el rumbo para vencer a estos flagelos enquistados en nuestra cultura y tradición de poder. 

Nos falta bastante por madurar. Nos queda por aprobar varias materias pendientes. Aprender a convivir, asumir el pleno ejercicio de las libertades y entender que la democracia no supone imponer a los otros nuestra visión, ni sacar cuentas para ver quien tiene más votos, arrodillando luego al derrotado. 

Nos falta mucho aun. Pero no nos falta tiempo, sino madurez. Somos una sociedad que tiene sus años. Llevamos un par de generaciones que nacieron con esta nueva versión de la democracia local. Ellos tienen poco que endilgarle a los años oscuros de la Argentina. En esa época convivieron los intolerantes. Eligieron ese camino para tomar el poder y hacerse de la patria sin importarles las minorías, concepto central de una Republica democrática. 

Pero la mayor de las deudas que la sociedad tiene para con esta historia es no haber asumido con claridad que el centro del poder esta en la gente. Aun buscamos el Mesías. No entendimos todavía que la democracia y la República suponen institutos en los que la gente detenta el poder, asume su libertad y derechos. 

Es el pueblo el que, circunstancialmente, DELEGA parte de esos atributos para que meros ADMINISTRADORES asuman responsabilidades cedidas, solo en forma provisoria, para ejercer con mayor eficacia aquello que los individuos no pueden o no desean resolver aisladamente.

Cuando comprendamos que nuestros padres fundadores no superaron sus diferencias, sino que solo las dejaron de lado, tal vez aprendamos que la democracia no es un sistema donde todos pensamos de idéntica manera, sino que es la imperfecta fórmula que las sociedades civilizadas encontraron para vivir en comunidad respetando las decisiones ajenas, tolerando las diferencias, para abandonar definitivamente la idea de imponer recetas al resto de la sociedad. 

Los padres de la patria nos dejaron muchas enseñanzas. Solo tenemos que repasar la lección y superar la compulsión tribal de querer doblegar a nuestros semejantes. Es tiempo de comprender que la democracia, la República y el federalismo, es el legado más importante que el primer artículo de nuestra Constitución Nacional nos indica con tanta claridad. Esa es la fuente de sabiduría que debemos seguir para recuperar nuestra libertad, esa que no debimos perder nunca, y por la cual jamás debemos resignarnos. De lo contrario las nuevas formas que asumen los pretendidos dictadores contemporáneos,  seguirán intentando arrebatárnosla a nosotros y a nuestros hijos. 

La lucha por la libertad, por la democracia y la República ha dado algunos pasos. Nos resta entender que aun tenemos asignaturas pendientes. Cuando seamos capaces de asumir nuestro rol activo de ciudadanos de la patria podremos decir con orgullo que estamos haciendo un país para todos. Por ahora, solo han pasado 25 años, pero no fueron suficientes.


Primera estación

Carlos Portales Echeverría 

En las últimas municipales, de los 12 millones de chilenos que pueden sufragar, sólo 8 millones estaban inscritos y de ellos sufragaron válidamente apenas 5,6 millones. Si continúa esta tendencia, para el próximo Presidente sólo se requerirán 2,8 millones de votos, es decir, el 23% de los mayores de 18 años. Un 32% no votará aun cuando podría hacerlo y otro 25% de mayores de edad no está inscrito. Estos últimos son mayoritariamente jóvenes que nunca han votado y que evidentemente no tienen gran interés en hacerlo. Nuestra juventud entre 18 y 35 años prácticamente no está representada en el padrón electoral. 

Frente a esta realidad, uno esperaría un apoyo unánime a la inscripción automática y al voto voluntario (IAVV) para reducir al máximo las “barreras a la entrada” a la expresión electoral. ¡Error! La Cámara de Diputados rechazó en agosto todo el articulado del proyecto de ley que establecía la inscripción automática. A su vez, la reforma constitucional sobre el tema que aprobó la semana pasada la comisión de Constitución del Senado es objeto de controversia. Y, entre los argumentos, se señala que no sería bueno alterar el padrón electoral en un clima eleccionario y que los jóvenes ya han hecho una opción por no inscribirse, debido al descontento que les provoca la política. 

Esta explicación confunde causa con efecto. Precisamente porque los jóvenes no se animan a inscribirse y luego a optar por el voto, hay que reencantarlos con la política. La falta de conexión con sus problemas, el abandono de la educación, las tasas de desempleo juveniles siempre mayores que el promedio nacional y, en definitiva, la falta de generación de oportunidades han logrado alejarlos. Como sociedad, tenemos el deber de revertir el daño causado a nuestra democracia. Primera estación: aprobar la IAVV. Luego debieran venir cosas mayores. 

Por otra parte, no entiendo por qué en particular parlamentarios de la Alianza le tienen tanto miedo a la IAVV, cuando las cifras muestran que los jóvenes no inscritos y en edad de votar están mayoritariamente por el candidato de la Alianza (encuesta Giro País, octubre 2008).

Por último, por estética, ¿habrá algo menos presentable, menos estimulante, menos épico y motivante que negar la IAVV?, 

La gran lección que nos dejó Obama —del que desesperadamente tratan de disfrazarse algunos de nuestros políticos— es la capacidad transformadora que tienen los sueños, especialmente aquellos que nos invitan a colaborar y participar en la construcción de un nuevo país.

Acount