sábado, 20 de diciembre de 2008

Tres excelentes comentarios

Que vuelva la confianza

Juan Andrés Fontaine

 

Pido un voto de repudio por el año viejo. Como ha dicho Gary Becker, el lúcido Premio Nobel de la Universidad de Chicago, en el 2008 hemos vivido la “Gran Desilusión”. El problema es que el desengaño ha dado pie al abatimiento y la desconfianza. En las próximas fiestas parecería cruel brindar por un próspero año nuevo. Pero al menos podemos aspirar a superar los temores y mirar al 2009 con serenidad y confianza.

La lista de las desilusiones es impactante. Se ha desvanecido la idea de que con buenas políticas macroeconómicas y regulaciones financieras podríamos evitar las crisis y las contracciones, que la expansión mundial sería rápida e ininterrumpida. China y otros países emergentes, gracias a la globalización y la economía de mercado, son más potentes y resistentes que antes, pero también pueden fallar. El auge del cobre y otros minerales no podía durar para siempre.

Mirando hacia el próximo año, tres densos nubarrones ensombrecen los cielos económicos de Chile. En primer lugar, la caída del cobre y otras exportaciones nos causa un empobrecimiento objetivo. La prolongada bonanza minera nos hizo abrigar expectativas irreales y nos llevó a gastar en exceso en el sector público y en el sector privado. El derrumbe de las materias primas significa que en el 2009 tendremos elevados déficits tanto en la cuenta corriente externa como en el presupuesto fiscal. La receta es gastar menos, aunque la consiguiente restricción de la demanda sea ingrata y cause una desaceleración significativa, pero pasajera, en la actividad económica.

Más de alguien puede preguntarse si los ahorros fiscales, tan previsoramente acopiados durante la gestión del ministro Andrés Velasco, acaso no servirían precisamente para evitarnos los sinsabores de un ajuste en tiempos de vacas flacas. Es cierto que gracias a esos recursos podremos solventar las necesidades financieras que ocasiona una baja temporal del cobre. Pero, ante una disminución importante de las perspectivas de largo plazo de esa y otras exportaciones no tendremos más remedio que encarar la realidad. Desgraciadamente, la prolongada bonanza nos tornó excesivamente optimistas. Es razonable esperar que el dinamismo del mundo emergente mantenga a las materias primas por sobre sus valores históricos, pero no hay que exagerar la nota. Por ejemplo, el presupuesto fiscal recientemente aprobado para el 2009, ha sido elaborado con previsiones de largo plazo para el cobre y el molibdeno que suenan irreales.

El segundo golpe desfavorable que estamos sufriendo es el alza del costo del crédito, externo e interno. Afortunadamente, los bancos centrales del mundo han reaccionado prontamente y rebajado sus tasas de interés sin vacilar. Acabamos de ver a EE.UU. llevando su tasa a casi cero. En Chile —una vez confirmado el aflojamiento de la inercia inflacionaria— también observaremos drásticas reducciones de tasas. Pero el crédito seguirá siendo más caro que antes porque hay un generalizado incremento en los riesgos de no pago. Ante ello la receta es volver a aprender a vivir con menos deuda.

No tenemos en Chile un problema de deuda pública porque, juiciosamente, hemos ahorrado buena parte de esa suerte de número premiado del Kino que nos significó el auge del cobre. Tampoco tenemos un exceso de endeudamiento en las empresas e intermediarios financieros porque la crisis de 1982 les enseñó a tenerle mucho respeto a la deuda. Pero, es a nivel de las personas naturales donde el saludable avance de la llamada “bancarización” parece haber terminado provocando un alto endeudamiento. Su contraparte es la caída de la tasa de ahorro del sector privado, que ha pasado desde un modesto 18% seis años atrás a sólo 14% en el presente año.

La necesidad de moderar el gasto y el endeudamiento no debería provocar mayor desazón porque el esfuerzo de ahorro es, bien sabemos, el ingrediente básico de la disciplina del desarrollo. Es explicable que en tiempos de desaceleración económica abunden los pedidos de medidas fiscales o monetarias de carácter expansivo. Pero, ignorar las restricciones que nos impone el nuevo escenario mundial y prolongar el jolgorio del exceso de gasto es incompatible con el objetivo nacional de alcanzar el desarrollo.

En cambio, lo que está en nuestra mano subsanar es el tercer factor negativo que está gravitando sobre nosotros: la pérdida de la confianza en nuestras posibilidades de crecimiento. De los tres nubarrones mencionados, esa desconfianza es el más grave y el que hace más difícil de sobrellevar los otros dos. El problema se arrastra desde la crisis asiática hace diez años atrás, cuyo mal manejo por parte del gobierno de entonces frustró nuestra carrera al desarrollo. Luego, tras una prolongada convalecencia, la rápida expansión mundial y el inédito auge del cobre vinieron a nuestro rescate. Hasta sólo unos meses atrás nos sentíamos ricos, volvíamos a consumir e invertir con confianza, el único quebradero de cabeza parecía ser qué hacer con la plata del cobre. Pero descuidamos la ardua labor de fortalecer nuestra capacidad de crecimiento y pasamos a depender en exceso de la providencial bonanza externa. Ahora que ella ha concluido, cae sobre nuestra economía el peso de la noche, como diría don Diego Portales.

Pero el año nuevo puede ser emprendido con una mentalidad diferente. Es cierto que los tiempos electorales pueden no ser los más propicios, pero todos tenemos mucho que perder si hacemos a Chile hundirse en la desmoralización. Las restricciones que la coyuntura mundial nos impone son perfectamente abordables en una economía que se enfoca hacia el crecimiento de mediano plazo; que reafirma su confianza en la potencia de la economía de mercado; que derriba barreras tributarias y regulatorias; y permite así a las empresas adaptarse y sacar partido de las nuevas oportunidades. Nada más dañino para el clima económico y social que el temor al desempleo masivo que se ha apoderado de los trabajadores y empresarios. Hay medidas de flexibilización salarial y subsidio a las contrataciones que urge adoptar. Pero, por lejos, retomar la agenda pro crecimiento es lo que puede en verdad levantar las expectativas y mantener buenos niveles de empleo.

Un botón de muestra sobre cómo hacer retornar la confianza son las medidas anunciadas por el nuevo gobierno (centroderechista) de Nueva Zelanda para enfrentar el bajón económico mundial: recorte en los impuestos a la renta y facilidades regulatorias para las contrataciones laborales en la pequeña empresa. En las palabras de sus autoridades, el nuevo gobierno “cree en el poder del crecimiento económico para generar mayores ingresos, mejores condiciones de vida y, en definitiva, una sociedad más fuerte para los neozelandeses”. ¿Será mucho pedir que el nuevo año nos traiga algo así?

Juanita y las «Compines»

Leonidas Montes

Esta semana dos reportajes en Teletrece dieron cuenta de la lamentable situación que sufren muchos chilenos cuando acuden a las oficinas de la Comisión de Medicina Preventiva e Invalidez (Compin). Es aquí donde las madres cobran sus licencias maternales (prenatal y postnatal). Es aquí donde los trabajadores exigen el pago de sus licencias por invalidez. Es aquí donde cobran los subsidios por incapacidad laboral. Y es aquí donde los chilenos más necesitados, muchas veces con inexplicable humor, soportan otro atentado a sus derechos más básicos.

Ya lo había dicho don Andrés Bello recién llegado a nuestro país: los chilenos son dóciles. Esto no ha cambiado. El Transantiago es el paradigma indiscutible para ejemplificarlo. Y este nuevo caso en Salud sólo se suma a una larga lista. Lo cierto es que ante estos ejemplos de tolerancia ciudadana, la docilidad de los chilenos alcanza ribetes de dignidad. O de resignación ante la franca decadencia de algunos servicios públicos.

Ciertos políticos, a sugerencia de sus ideólogos, han comenzado a hablar de Chile como una “sociedad de garantías”. En esta sociedad los ciudadanos tendrían garantizados sus derechos. Como el Estado también tiene deberes, debemos partir por responder a los derechos básicos de los ciudadanos. Pero, ¿cómo hablar de garantías ciudadanas si cuestiones tan básicas como pagar una licencia maternal no están resueltas?

Como a lo largo de todo Chile existe una Compin, se habla de “las Compines”. Después de navegar un poco por la web encontramos que su primera función sería “aplicar las medidas conducentes a favorecer la eficiencia, objetividad, responsabilidad pública y calidad de la gestión”. Pero no sólo tramitan licencias Fonasa. También certifican estado de salud, capacidad de trabajo y recuperabilidad. Además son una instancia de apelación para las licencias de las isapres. En cuanto a su marco institucional, los seremis de Salud deben, fíjese bien, “organizar bajo su dependencia y apoyar el funcionamiento de la Comisión de Medicina Preventiva e Invalidez (Compin)”. Las compines dependen de las seremis y finalmente de la Subsecretaría de Salud Pública.

En este escándalo existe cierta similitud con el caso Traverso, el seremi metropolitano de Educación responsable de la administración de las subvenciones escolares. Sólo recuerde cómo estaba organizada la repartición de esos $500 mil millones. Los seremis son cargos políticos de confianza del Presidente. No son cargos técnicos con capacidad de organización. Y Salud, donde existe bastante cuoteo político, no es la excepción. Las compines son organizadas por las seremis. Enfrentamos otro gran problema de gestión donde, una vez más, como consecuencia del cuoteo político, pagan los más pobres.

Afortunadamente, el nuevo ministro Erazo nos aclaró que en las compines “hay trabajo pendiente”. Es más, la Subsecretaría de Salud Pública se comprometió a solucionar estos problemas en un plazo de 90 días. Cuando Michelle Bachelet fue ministra de la cartera, ése fue el mismo plazo que le dio el Presidente Lagos para terminar con las colas. A estas alturas me temo que el problema en Salud es más profundo. Quizá tan profundo como en Educación.

Una última reflexión. En Chile nos enorgullecemos de lo eficiente que es el Servicio de Impuestos Internos. Resulta notable que el Estado, cuando se trata de captar recursos, lo hace con sorprendente eficacia. En cambio, cuando se trata de repartir recursos, como es el caso de las subvenciones en educación o las licencias en las compines, lo hace con ineficiencia. ¿Por qué Juanita, con su hija de algunos meses, debe realizar una y otra vez largas colas? ¿Por qué no recibe directamente, donde ella estime conveniente, su cheque por el postnatal?

 

El gran tsunami

Juan Carlos Altamirano

 

Tal cual ocurrió con la “gran depresión” de 1930, quizá este año será recordado y estudiado como «el gran tsunami financiero de 2008», un punto de inflexión en la historia moderna del capitalismo.

Por mi parte, me planteo varias interrogantes.

Si se supone que vivimos en una época en la que abundan la información, el conocimiento y la transparencia, ¿por qué entonces no se detectó a tiempo este tsunami? Pareciera que ningún economista fue capaz de anunciarlo. Peor aun, las autoridades norteamericanas estimulaban el préstamo indiscriminado, como eran las hipotecas subprime; también las especulaciones y manipulación en los precios de los commodities estaban a la orden del día. Ello, a pesar de que personajes como George Soros denunciaron que instrumentos como los derivados eran un «arma financiera de destrucción masiva».

El mercado no es perfecto. En última instancia, el castillo de naipes se derrumbó porque existe un factor determinante que suele olvidarse: la sicología humana y la moral. Los economistas, políticos, empresarios, no advierten que tras los flujos, las estadísticas y los modelos «perfectos», hay seres humanos: personas incompetentes, ignorantes, inescrupulosos, estafadores; pero también pensionados, empleados, inversionistas decentes que, a la primera señal mala, entran en pánico, en desconfianza o en depresión.

Ahora tendremos que pagar la cuenta que nos deja la imprudencia de los gobernantes de las grandes economías; el derroche y la codicia de un grupo de ejecutivos y millonarios en Wall Street, y la fiebre especulativa que afectó al mercado financiero mundial.

El momento culminante de este desastre fue, a mi juicio, cuando el ex chairman de la Federal Reserve Alan Greenspan reconoció que el mercado, por sí solo, no es capaz de autorregularse. Por su parte, George Bush realizó su propia mea culpa: dijo estar “desconsolado”, por tener que “abandonar los principios de la economía de mercado (…) para asegurar que la economía no se hunda”.

Pero sería un error echarle la culpa de todo a Greenspan o a la incapacidad de los economistas de vislumbrar la crisis en gestación. También sería un oportunismo político e ideológico ocupar la crisis actual para demostrar que el capitalismo no funciona, y sembrar así el desconcierto total. Por profundas que sean las crisis que periódicamente sufre el sistema, ello no significa que esté destinado a sucumbir. Por el contrario, la historia comprueba la gran capacidad del capitalismo para reinventarse. Así lo demostró el resurgimiento tras la Gran Depresión, luego de que se aplicaran las políticas keynesianas de salvataje. Y no es casualidad que ahora se recurra nuevamente a las recetas de Keynes.

El mercado por sí solo no es malo. El problema es cuando se transforma en un fin en sí mismo, una ideología fundamentalista que pretende dar solución y respuesta a todos los problemas, desde el ámbito filosófico y moral, hasta las políticas de desarrollo social. Lo mismo ocurrió con el viejo dogmatismo marxista: también tenía una visión global, mecanicista, seudocientífica y excluyente.

El fracaso de ambas experiencias nos obliga a plantearnos un nuevo paradigma, un nuevo sueño para los próximos años: terminar de una vez por todas con los dogmas, las visiones totalitarias y la arrogancia intelectual y política que tanto han dividido a nuestro país. Me pregunto, ¿cuándo será posible que los economistas y políticos rescaten y articulen, sin prejuicios, todo lo bueno que puedan tener otros modelos de desarrollo? ¿Cuándo se aceptará que la completa desregulación de los mercados es peligrosamente naïve, al igual que la idea del Estado interventor y protector? Lamentablemente, los dogmáticos y puristas se sienten superiores y dueños de la verdad, por lo cual terminan siempre descalificando al oponente, promoviendo campañas del terror y defendiendo intereses mezquinos para ocultar su propia debilidad. Cuando esos grupos —de centro, derecha e izquierda— superen estos complejos, cuatro millones de jóvenes correrán felices a votar por ellos.

Por otro lado, si algo positivo tiene esta crisis, es que nos aleja del consumismo desatado, nos demuestra que la codicia y el arribismo son dañinos; que crear riqueza sin responsabilidad social tiene consecuencias nefastas. Quizás la necesidad de volvernos austeros y ser ahorrativos nos ayude a renunciar a los valores materialistas y a recuperar el sentido espiritual de la vida.

Feliz Navidad y, en lo posible, un buen año nuevo.

Acount