viernes, 5 de diciembre de 2008

Tres comentarios espectaculares.

¿Arriba los corazones?

Juan Andrés Fontaine. 

Como Bob Dylan, los mercados de Chile y el mundo cantan a coro: “And it’s a hard, and it’s a hard, and it’s a hard, and it’s a hard / And it’s a hard rain’s a–gonna fall”. Nada más oportuno entonces que lo más granado del mundo empresarial chileno se reuniera en ENADE bajo un lema antidepresivo: arriba los corazones. ¿Habrá servido el encuentro para levantar los alicaídos ánimos? 

El destacado profesor catalán, Xavier Sala–i–Martin, hizo una clara y amena exposición sobre la génesis de la crisis financiera internacional. En su opinión, el accidente no provino de algún defecto inherente a los mecanismos del mercado sino a falla humana. Específicamente, erraron gravemente tanto los conductores de la política monetaria norteamericana como los supervisores financieros, tanto allí como en Europa. Sería absurdo pretender curarlo con más Estado, como alegremente tantos plantean hoy, aquí y afuera. El profesor advierte que la actual catástrofe financiera es de alarmantes dimensiones, pero que las estimaciones de su impacto en la economía real son sorprendentemente moderadas. Atribuye esto a la flexibilidad y dinamismo propios de las economías de mercado. Puede ser, aunque también cabe que la recesión mundial termine siendo más profunda o prolongada de lo que hoy imaginamos. La exposición hizo juego con su peculiar vestimenta: verde esperanza la chaqueta, pero tenebrosamente negras, camisa y corbata. 

El ministro de Hacienda hizo ver una vez más —y con la elocuencia acostumbrada— lo bien preparados que estamos para los días de lluvia. Tras prolongado esfuerzo de ahorro contamos con altas reservas y fondos fiscales. Pero ese “blindaje” no es proporcionalmente mayor a aquel con el cual enfrentamos la crisis asiática. Tampoco es superior al que exhibe hoy Rusia, que sufre los embates de la crisis. Esos ejemplos ilustran bien que la única defensa que cuenta es la calidad de las políticas económicas, y no la abundancia de las reservas. 

La acción del Banco Central y del Fisco tendiente a proveer liquidez durante la minicrisis que nos ocasionó el apretón crediticio internacional ha sido justamente celebrada. Así también, su decisión de no detener el alza del dólar, la cual estimula las exportaciones y atrae capitales. Pero, el ministro dejó entrever que la fortaleza financiera fiscal —los pertrechos acumulados durante los años de vacas gordas— nos permitirían neutralizar el impacto sobre Chile del frío invierno económico al que está ingresando el mundo desarrollado. 

Suena inverosímil. Desde luego, la abrupta caída de los valores bursátiles nacionales y extranjeros nos empobrece a todos. Las pérdidas de los fondos de pensiones, que han dado pie para que algunos senadores den nuevamente rienda suelta a sus prejuicios contra la libertad económica, no es sino un reflejo de ello. Lo único positivo del debate es que destaca la importancia de mantener una alta rentabilidad en los ahorros para la previsión, lo que hace suponer que esos escandalizados senadores concurran a futuro a apoyar las reformas que permitan a las inversiones rendir más. Como las AFP, también el Fisco ha sido víctima de la crisis: sus fondos han perdido US$ 1.000 millones desde junio pasado, borrando buena parte de lo ganado en el año. 

En tiempos de turbulencias hay que marchar despacio. Durante la bonanza, si bien ahorramos una parte de los ingresos extraordinarios, mantuvimos un muy fuerte crecimiento de la demanda interna. En los últimos doces meses ese aumento fue de un insostenible 11% real, impulsado por un saludable incremento de la inversión, pero también de un excesivo consumo. El alza de la inflación, que alcanzó un sorprendente 9,5% anual a noviembre pasado, aún excluyendo combustibles y perecibles, prueba que un enfriamiento era inevitable. Con el estallido de la tormenta financiera internacional, han caído los precios de los combustibles y los alimentos, de modo que el temor a la inflación pasa a segundo plano. Pero un nuevo villano entra en escena: el abrupto deterioro de nuestras cuentas externas. Según el Banco Central, el déficit corriente de la balanza de pagos alcanzaría 4,5% del PIB en 2009. En condiciones de sequía crediticia internacional financiar ese déficit no resultará fácil. La perspectiva para los años siguientes es un déficit aún mayor, salvo una improbable alza del cobre por arriba de los US$ 2,0 por libra. Es necesario entonces mantener la demanda interna muy controlada, aunque ello no resulte grato. En las actuales circunstancias, una demanda más fuerte implicaría un excesivo déficit externo o llevaría a un alza del dólar francamente desestabilizadora. 

La política fiscal aplicada este año y la prevista para el 2009 son ya demasiado expansivas. Pese a los repetidos desmentidos oficiales, el gasto público está creciendo muy por sobre lo contemplado en el presupuesto y de lo compatible con el cumplimiento de la regla fiscal: 13% real anual hasta octubre. A estas alturas, sólo alguna artimaña contable podría lograr en el papel el cumplimiento de las metas fiscales del año. El presupuesto 2009 contempla un incremento menor, pero todavía muy superior al 4 o 5% al cual crece el producto potencial. Además, son demasiados los espacios que la ley deja para gastar más de lo previsto.

Es cierto que en condiciones de gran depresión económica un empujón fiscal es una opción válida. Pero, para ser efectivo, debe ser percibido como sostenible en el tiempo. Como el presupuesto del próximo año se diseñó en base a un escenario mundial ya obsoleto, es probable que tengamos un déficit fiscal de alrededor de 1% del PIB y que el cálculo del superávit estructural —construido con un precio del cobre muy optimista— deba ser revisado. Una mayor expansión del gasto en 2009 redundaría seguramente en la necesidad de imponer una restricción fiscal más tarde. 

¿Cabe entonces que el Banco Central tome la iniciativa? Para contener un peligroso brote inflacionario, el Banco Central elevó fuertemente los intereses. Pero las expectativas de inflación ya se han calmado considerablemente. Esto se traduce en que el mismo interés nominal implica una tasa real mayor. Además, el costo del crédito ha subido por los mayores riesgos. Todo esto permite al Banco Central sacar el pie del freno y comenzar a rebajar la tasa de interés de política monetaria. Pero, y como lo refleja el todavía alto IPC subyacente, no es claro aún que pueda pasar a una política propiamente expansiva. Los aumentos del gasto público y de los salarios, así como la pronunciada elevación del dólar, ejercen una presión inflacionaria que no puede ser ignorada. 

El plato de fondo en la ENADE fue la intervención de Sebastián Piñera, hasta ahora único competidor en la pista presidencial. Fue refrescante en medio de las urgencias de la hora, escuchar su visión de los desafíos de desarrollo a mediano plazo. A fin de cuentas, nuestras dificultades presentes tienen mucho que ver con el haber puesto el acento en la expansión de la demanda y no en la del producto, en gastar más en lugar de invertir mejor. Su intervención nos recordó que el despegue económico de Chile entre mediados de los ochenta y los noventa, se verificó también en condiciones externas muy adversas. Evocar esa experiencia puede ser el mejor modo de levantar los corazones.

A palabras necias, oídos sordos

Patricia Arancibia 

No me sorprendieron para nada los dichos del comandante general del Ejército peruano, Edwin Donayre. De una u otra manera, expresan lo que los chilenos siempre hemos sabido: ¡qué difícil es dejar atrás el pasado para quienes han sido vencidos! El tiempo no ha logrado cicatrizar en la memoria colectiva del Perú las heridas provocadas por una derrota sufrida hace más de un siglo, y las palabras de ese jefe militar sólo reflejan la impotencia y el resentimiento provocados por un amargo fracaso. 

Seamos realistas. Aquella situación no va a cambiar, a no ser que Perú, aplicando una política de Estado, asuma de una vez por toda su condición. Hay claros ejemplos en la historia que demuestran que esto es posible. Pensemos, para no ir muy atrás, en Japón y en Alemania: habiéndose rendido, siguen siendo pueblos respetados y dos grandes potencias. Pero todo indica que los peruanos prefieren seguir autoflagelándose a aceptar la realidad. 

Dadas así las cosas, nosotros también debiéramos asumir que incidentes como el que comentamos seguirán ocurriendo con igual frecuencia que en el pasado. Y en el corto plazo irán haciéndose más intensos, hasta que dentro de unos seis años se dicte sentencia en La Haya. En ese momento, si los derechos chilenos son reconocidos, Perú desatará una tormenta... y las relaciones se pondrán mucho más tirantes. Tenemos experiencia sobre el particular. 

Frente a este escenario, ¿cuál debiera ser la actitud de Chile? 

En primer lugar, mantener la serenidad. Esto significa no sentirse obligado a responder ante cualquier provocación. Más aun si viene de un personaje que ha dado suficientes muestras de su extravagancia. Si el gobierno peruano quiso tenerlo a cargo de su ejército, ¡allá ellos! 

En segundo término, no improvisar. Debiéramos tener preparado un arsenal de respuestas diplomáticas para neutralizar estos exabruptos. 

En tercer lugar, debiéramos implementar una política más proactiva, destinada a convencerlos de que la Guerra del Pacífico es un capítulo cerrado; que son falsos los afanes expansionistas que nos suponen, y que estamos dispuestos a defender la intangibilidad de los tratados que hemos suscrito, sin apartarnos del Derecho. En otras palabras, son ellos los llamados a demostrar que son capaces de autocontrolarse. Por último, que una confrontación bélica es el peor negocio para ambos pueblos, por lo que hay que evitar jugar con fuego. 

Lo importante, a fin de cuentas, es el futuro. Debiéramos, por tanto, seguir adelante con las medidas de integración económica, manteniendo al mismo tiempo una política de puertas abiertas en materia de inmigración. Tenemos que potenciar lo que nos une y no ahondar en aquellos asuntos que nos separan. La razón debe estar sobre la pasión. 

Dicho lo anterior, ahora que se está disipando el polvo levantado por el affaire Donayre, cabe pedir respuesta a ciertas interrogantes. 

 ¿Cómo fue posible que un acto social del alto mando peruano haya sido grabado y subido a Internet? ¿Quién lo hizo? ¿Con qué intención? ¿Fue una pequeña venganza interna para hundir al general o una decisión consciente tomada por una autoridad para crear una situación conflictiva con Chile? ¿Funcionaron correctamente los canales diplomáticos para poner el hecho en su justa dimensión? ¿A quién se le ocurrió en Santiago pedir la renuncia del personaje de marras? 

Debiéramos sacar lecciones de este bochornoso incidente. La primera que se me ocurre es que, como recomienda el dicho popular, “a palabras necias, oídos sordos”.

Chile, Perú y el general

Jorge Arancibia 

Las relaciones de Chile y Perú, según nuestros textos de historia, no han sido todo lo fáciles que debieron ser considerando los esfuerzos que hicimos con nuestra Escuadra y Ejército Libertador para apoyar su independencia. 

Dos conflictos con nuestro país, la guerra contra la Confederación y la guerra del Pacífico, dejaron en el alma del pueblo hermano heridas que el tiempo no ha logrado cicatrizar. 

La experiencia más próxima de tensión militar con Perú la vivimos durante los primeros años posteriores al pronunciamiento militar de 1973, cuando el gobierno del general Velasco Alvarado acrecentó el desbalance de fuerzas, estructurando en paralelo una doctrina nacional de particular agresividad contra nuestra frontera norte. Esa situación llegó a mostrarnos en el sur peruano desplazamientos y concentraciones militares que, con un despliegue estratégico ofensivo, nos enviaban un mensaje difícil de ignorar. 

En lo personal, en mis visitas a la tierra del Rimac fui percibiendo que el tema Chile o lo chileno estaban en todo. Esto me llevó a hacer un sencillo análisis comparativo entre las veces que la palabra Perú aparecía en nuestro diario “El Mercurio”, frente a las veces que lo hacía la palabra Chile en ”El Comercio” de la misma fecha: la diferencia fue de 4 a 139 veces. 

Vamos ahora al caso Donayre y partamos por resaltar que sus declaraciones, hechas hace más de seis meses y no recientemente, se produjeron en momentos en que Perú estaba planteando su reclamación fronteriza marítima con Chile. Se trata de oportunidades en las que el foco militar está siempre puesto en las eventuales reacciones de la otra parte; en ese escenario, es posible que un jefe militar, arengando a sus subordinados y para fijarles una línea precisa de respuesta a cualquier tipo de agresión, emplee términos tan brutales al oído común en tiempos de absoluta normalidad, como los que empleó el general. 

Pero veamos cómo se reaccionó frente a ese hecho. En Perú, con una grosería inexcusable, al llamar el Presidente con línea abierta para que lo escucharan los ministros en los momentos en que pedía excusas y planteaba una sanción poco clara en cuanto a su oportunidad; en Chile, con una ingenuidad asombrosa, al asumir y hacer pública la respuesta peruana, con lo que se dejaba a Alan García en una situación insostenible frente a la opinión pública de su país.

 

La verdad es que, a futuro, sería recomendable una mayor prudencia y una mejor asesoría para el manejo de situaciones tan delicadas. De otro modo, los costos pueden llegar a ser realmente preocupantes.

Acount