jueves, 7 de mayo de 2009

Enríquez-Ominami: sin límites.


Enríquez-Ominami: sin límites, por Gonzalo Rojas.


Como buen fenómeno -así lo ha definido electoralmente Karen, su mujer-, Marco Enríquez-Ominami es extraordinario y sorprendente.


La más sorprendida es la Concertación, que por años logró alinear a todos sus cuervos, hasta que uno de ellos se posó donde quiso -no sólo donde lo dejaron- y, con juvenil audacia, está en el ánimo de sacarles los ojos a todo Frei y a cuanto Escalona vayan pasando.


Es el mejor ejemplo de los hijos de la Concertación. Hasta ahora, esa coalición usaba la expresión como un argumento más para molestar a Pinochet: todos sus jóvenes le dieron la espalda -decían-; hasta los más fieles, incluso algunos que trabajaron en Odeplan y escribieron libros, lo abandonaron -afirmaban.


Pero ahora, a tomar de su propia medicina la llaman. Más bien, la exponen, porque Marco está desarrollando su guión de cineasta para enfrentarse a su propia coalición. No la soporta, pero en vez de agredirla, la filma, la denuncia en su esclerosis, la muestra piluchita en su vejez. Para eso, él mismo asume dos tareas -director y actor de su propio rodaje- y se presenta como un fenómeno mediático, de imagen, de simpatía desbordante, de atractiva presencia.


Sube y sube; más espectadores acuden a la función, pero tiene todavía mucho terreno que cubrir si quiere consagrarse. Del fenómeno que es hoy, necesita transformarse en proceso, que es lo único que vale en política. Si no, será un Max-Neef más.


Por una parte, necesita candidatos a parlamentarios. Lo reconoce; sabe que es imperativo el un-dos-tres entre la foto del postulante a la Presidencia y los aspirantes al Senado y a la Cámara. Por ahora, ahí tiene un déficit importante, pero no le faltarán unos pocos actores de reparto que prefieran su lente al borroso foco concertacionista. Serán sólo unos pocos, eso sí.


De pasada, tiene que definir su militancia partidista. Y no es sólo cuestión de quedarse o no dentro del PS, sino de optar por la consolidación de una cuarta candidatura socialista en una misma elección: como Frei es el candidato del PS, y Arrate y Navarro también son socialistas, Enríquez-Ominami llega a la pelea para hacer crecer la torta de los votantes por el socialismo; si lo logra, es ídolo (habría conseguido traspasar miles de nuevos electores a Frei en segunda vuelta); si divide y desconcierta, morirá aplastado, como la mosca que ensució toda la fiesta.


Sin duda, para el socialismo existe la tentación de pensar que cuatro pueden conseguir más que uno o dos; pero es riesgoso, por-que hasta ahora no se sabe que sea verdadero un nuevo refrán, algo así como un "si me divido, venceré". Es muy peligroso lo que busca Marco; es probable que su sinceridad poco común lo esté llevando a una ficción poco eficaz.


Más interesantes aún pueden llegar a ser los contenidos programáticos del fenómeno, ya que el díscolo diputado ha definido su postulación como una candidatura sin límites. O sea, es posible que el guión contemple el aborto, la despenalización de la marihuana, el divorcio flash, la eutanasia indolora, la familia monosexual. Sin límites, dijiste Marco... ¿O estabas haciendo una toma de ensayo y nada más?


La pregunta no es retórica, porque al fin de cuentas, ¿qué es Enríquez-Ominami? ¿Un mirista aggiornato? ¿Un anarquista cordial? ¿Un socialista sigloveintiuno? No, ninguna de las anteriores.


El diputado rebelde es sólo un cineasta: mira y graba la realidad por su lente, selecciona escenas, después edita y, con su cinta, busca fijar en el espectador algunas de sus percepciones. Necesita al público para tener éxito y sabe que hay electores muy volátiles, que pueden moverse hoy entre Piñera y Frei o cambiarse a Enríquez-Ominami.


La película está en rodaje; por ahora, es sólo una película.

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