jueves, 28 de mayo de 2009




No regalarás, no prometerás, no besarás
Gonzalo Rojas Sánchez

En campaña. En los próximos siete meses, casi lo único que importará en la política chilena son las campañas.

Unos 450 individuos que ya son candidatos -o que al menos esperan lograr pronto la nominación de sus partidos- dejaron atrás la cuenta presidencial del 21 de mayo -con la misma velocidad con que se cierra a finales de febrero la casa de vacaciones- y se lanzaron con tutti a conquistar votos.

No es legal, pero no importa -dicen-, porque es cordial. Pinturas, jingles, panfletos, stickers, chapitas, buses, batucadas; casa a casa, eventos, comandos, brigadas, juventudes, entrevistas, eslóganes, mensajes, cuñas, más eventos y, en cuanto se pueda legalmente, caras sonrientes en palomas y en colgajos, en volantes y en periódicos. Estamos en campaña.

Se pide limpieza, eso sí. Lo pide por igual el que dispone del aparato estatal para hacer llover beneficios sobre el electorado como el que apenas cuenta con los donantes del barrio. Todos piden limpieza, pero la remiten sólo al "no te agrediré y no me agredirás" y a un "ensuciaré lo mínimo". Piensan que es limpieza con el rival y limpieza con el medio ambiente lo que se exige; bien por esas actitudes, pero esa necesaria pulcritud no basta.

Lo que está en juego en una campaña, en ese conjunto de medios utilizados para ganar votos, es ni más ni menos que la dignidad de la política, porque nunca ella es más prostituida o más enaltecida que en las campañas electorales. No hay otra ocasión en que aparezcan de manera más clara los dientes de Drácula o las manos samaritanas, que cuando se piden los votos.

Pedir los votos: ésa es la tarea primordial y hay que hacerla bien. O sea, la limpieza fundamental de una campaña está en el trato que les den los candidatos a sus potenciales electores. Y, para eso, no bastan los manuales del partido; se necesita otra cosa: un sentido de la dignidad del votante que lleve a los candidatos a imponerse tres mandatos.

En primer lugar, no regalarás. El regalo es la proposición de un intercambio: anteojos por votos, ropa por votos, comida por votos; es decir, objetos por objetos. Yo, candidato, te doy unas cosas; tú, elector, marcas una cruz; pasando y pasando. ¿Y dónde termina esa relación cumpleañera entre el votante y el electo? Simplemente no acaba nunca, es decir, se transforma en el continuo dar cosas durante cuatro u ocho años, en esa pegajosa cercanía que nada tiene que ver con nobles conceptos como representación o mandato.

En segundo término, no prometerás. Ah, si cada candidato recordara sus horas de micro, cuando oyó una y mil veces: "No he venido a vender ni a regalar, sino sólo a pedir una colaboración".
Pedir sin prometer parece poco táctico, pero es ennoblecedor: es desafiar, es exigir, es confiar en las capacidades de los electores, es dignificarlos. Por el contrario, prometer es mentirles en el todo o en la parte, porque o no se cuenta en absoluto con las atribuciones para cumplir o, al menos, porque las facultades para hacerlo serán compartidas con otros.

Y, por supuesto, no besarás. El saludo personalizado debe ser respetuoso, porque implica desear la salud, el bien del otro. El besuqueo indiscriminado no es más que un ritual de pacotilla y, además, contaminante, contrario a la salud.

Sí, "la culpa la tuvo el primer beso", decía la canción. Ya no recordamos si el culpable fue el Chicho del 52 o Frei padre en el 58 (don Jorge, ciertamente, está libre de toda culpa), pero la torpe manía de estrechar mejillas impide esa otra actitud imprescindible en el buen candidato: saber oír, tomar distancia, mirar a los ojos, hablar al corazón...

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