viernes, 29 de mayo de 2009

Madurando la renovación.


Madurando la renovación
Leonidas Montes

La irrupción de Marco Enríquez-Ominami es un fenómeno que, entre otras variables, logra capitalizar el descontento ciudadano con el mundo de la política. Un 53% de la población no se identifica con ningún partido. Un 62% de los ciudadanos no está “nada interesado en política”. Peor aun, existe una especie de rechazo a la política. De hecho, las instituciones que menos confianza inspiran en la ciudadanía son los partidos políticos y el Congreso, con 91% y 82% de rechazo, respectivamente.

Y los jóvenes no están “ni ahí”. Nuestro padrón electoral envejece mientras su desafección aumenta. Entre 18 y 24 años, los inscritos son sólo 283.206, un magro 6,97% del padrón total del año 2008. Existen buenas razones que avalan esta apatía y desconfianza.

En el mundo político, la renovación de caras nuevas es baja. Para las próximas elecciones en la Cámara de Diputados hay un 87% de incumbentes que se quieren repetir el plato. Y con la escasa renovación que tenemos, no es claro que el país gane.
Un buen diputado, como Patricio Walker, quizás hastiado con la política y el dudoso destino de su partido, deja el Congreso. Fíjese en el siguiente detalle: en la Cámara Baja la edad promedio de sus integrantes es de 52 años; cuando se retornó a la democracia era de 46. Y algo anecdótico: la diputada más joven, Karla Rubilar, cumplió la edad promedio de todos los chilenos, 32 años. Otro antecedente interesante: nuestros 38 senadores llevan en promedio 15 años en el Congreso. Hemos formado verdaderos profesionales de la política. Y esto no es necesariamente malo. Por el contrario, la experiencia legislativa es valiosa. El otro extremo, sin reelección, también produce incentivos perversos. Pero en política tampoco debemos olvidar la otra cara del oráculo de Delfos, “de nada demasiado”. Tal vez llegó la hora de encontrar un equilibrio en el tema de la reelección.

Los partidos políticos se han farreado a los jóvenes. La DC ha ignorado a los príncipes. Y ahora Marco Enríquez-Ominami se les adelantó. En la UDI, José Antonio Kast hizo un gran esfuerzo. Ahora Rodrigo Alvarez es flamante presidente de la Cámara de Diputados. Pero lo cierto es que estas figuras no han sido del todo aprovechadas por su partido. Aunque ambos diputados son reconocidos por hacer bien la pega, ¿lograrán ser condecorados con el preciado galón de «coronel»? En un partido con una clara y marcada jerarquía piramidal, sólo unos pocos saben cuándo salta la liebre.

Si las causas de la candidatura de Marco Enríquez-Ominami estaban latentes, existen otros temas interesantes para discutir durante estas elecciones.

Si evaluamos el desempeño electoral de la DC, claramente es un partido en crisis. Hace diez años la DC tenía 14 senadores, hoy tiene 7. Si hace diez años tenía 38 diputados, hoy sólo tiene 20. Su representación, el mejor indicador de la popularidad, ha disminuido. La importancia para nuestro sistema político de una colectividad de centro sólida, es evidente. Pero es discutible que la candidatura de Frei favorezca al partido. La DC, forzada hacia a la izquierda, enfrenta un futuro incierto.
Otro punto interesante en esta carrera presidencial es que la campaña de Enríquez-Ominami forzará a los candidatos a debatir. Dudo que en las próximas elecciones la ciudadanía acepte el tipo de debates al que estábamos acostumbrados. El lamentable montaje de la primaria Frei-Gómez marcará el fin de una era. Con esa última tomadura de pelo, posiblemente se acabarán los debates negociados. Un buen debate, como en los países desarrollados, debe ser competitivo. Y es sano para nuestra democracia que los candidatos compitan cara a cara, con buenas preguntas e intercambios. La renovación de nuestros debates presidenciales sí que sería símbolo de madurez política.

Acount