sábado, 18 de abril de 2009

Dos comentarios de lujo


¿Funciona el plan?
Juan Andrés Fontaine

Con la vista fija en las pantallas seguimos en vivo y en directo las alternativas de la contienda global contra la crisis económica. Es mucho lo que está en juego, en el mundo y en Chile. Acá en disputado año electoral, el desafío es impedir que el inusitado impacto inicial de la crisis nos arrastre luego a la recesión y al desempleo masivo. Para conjurar ese peligro el gobierno ha desplegado una amplia batería de medidas fiscales y crediticias. ¿Tendrá éxito el plan?

Hasta ahora, todo es miel sobre hojuelas. Las medidas fiscales no sólo han sido bien acogidas por muchos expertos, sino que parecen haberle granjeado a la Presidenta y a su ministro de Hacienda una gratificante alza de popularidad. En la coalición oficial ya se sacan cuentas alegres respecto de la mejoría en sus perspectivas electorales que ello ocasionaría. El fenómeno en parte se debe a un merecido reconocimiento de la ciudadanía hacia la acertada política seguida por el gobierno, de acopiar reservas durante la bonanza del cobre. El ministro Velasco, prudentemente, guardó bajo siete llaves esa suerte de premio del Kino que nos significó el auge del cobre y, en año de vacas flacas (y quizás de votos flacos), no trepida en echar mano a los ahorros acumulados. Lo paradójico es que si el gobierno goza hoy de una alta aprobación, es en gran medida porque desoyó la propuesta del senador Frei, actual abanderado presidencial oficialista, de gastarse a la rápida los excedentes del cobre.

Pero los índices de popularidad están también favorecidos por una suerte de veranito de San Juan. En meses recientes, la gente ha visto frenarse la fuerte alza que traía el costo de vida y ha sentido la consiguiente mejoría en su poder adquisitivo. El gasto público ha sido en los primeros dos meses del año 18% más alto, en términos reales, que en el año anterior. En marzo, tres millones y medio de chilenos tuvieron derecho a un bono especial de $ 40 mil, como parte del paquete fiscal anunciado en enero. Es cierto que, mientras tanto, ya han comenzado los despidos, pero por efecto de la temporada de verano, la cesantía aún no muerde fuerte.

El éxito o fracaso del plan gubernamental vendrá dado por el desempleo durante los meses de invierno. El pronóstico no es bueno. Contrariando el imperturbable optimismo oficial, Chile cayó durante el segundo semestre más rápido que las economías donde se originó la crisis. Es posible que el declive se haya atenuado en los primeros meses del año, pero todo parece indicar que estamos en recesión. Ultimamente hay signos auspiciosos en la recuperación del cobre y es posible que Estados Unidos haya topado fondo. Todo ello ha de provocar acá algún repunte productivo. Pero, el desmoronamiento de la confianza de los consumidores y empresarios, la aversión al riesgo entre banqueros e inversionistas y la contracción de la demanda, mantendrán a la economía chilena trabajando a media máquina por varios trimestres más. De acuerdo a las cifras oficiales, el empleo ha comenzado a caer a un ritmo similar al de 1999, durante la recesión con la que el ex Presidente Frei concluyó su mandato. Entonces, la desocupación alcanzó a casi 12% de la fuerza laboral, sin perjuicio de los programas estatales de empleo. No puede descartarse que ello vuelva a ocurrir, condenando a cerca de 800.000 chilenos al drama familiar y social de la cesantía.

Mucho se espera del impacto reactivador del paquete fiscal anunciado en enero, proporcionalmente el mais grande do mondo, según el ministro. Pero hay en esas medidas más ruido que nueces. De los US$ 4.000 millones involucrados, hay sólo US$ 300 millones dirigidos hacia donde se debe: el ya señalado bono especial para las familias más necesitadas y el subsidio a las nuevas contrataciones (aunque limitado a los trabajadores de hasta 24 años). Conforman el resto del publicitado paquete: US$ 1.000 millones para fortalecer el “Estado empresario” en Codelco, cuyo aporte reactivador es ínfimo; US$ 1.400 millones de rebajas tributarias, algunas oportunas, otras innecesarias, pero todas ultra temporales; US$ 700 millones en un conjunto de obras públicas menores, cuya ejecución, aunque políticamente rentable, será probablemente burocrática e ineficiente; y US$ 600 millones de iniciativas misceláneas, de entre las cuales las más importante sería la regularización de los subsidios al fatídico Transantiago (que fagocita US$ 500 millones anuales). Bien mirado, el paquete fiscal de enero deja mucho que desear como herramienta para combatir el desempleo.

Si la dosis de estímulo fiscal es insuficiente, ¿podrá una nueva inyección de gasto público salvarnos del desempleo masivo? La receta fiscal fue concebida 70 años atrás por Lord Keynes, el famoso economista inglés. Pero mucho hemos aprendido desde entonces respecto de las limitaciones y contraindicaciones de esa medicina.

Para ser eficaz, una política fiscal expansiva debe primeramente ser sostenible en tiempo, esto es, no generar expectativas de una futura restricción de gastos o alza de impuestos. En su versión original, la regla del balance estructural aseguraba la consistencia de la política fiscal a lo largo del ciclo. Pero hoy, tras innumerables modificaciones y la continua alza de las estimaciones de los precios de largo plazo del cobre y el molibdeno, ello ya no es así. En los últimos tres años, si bien el ministro Velasco cuidó el grueso de los ingresos extraordinarios del cobre, admitió un incremento del gasto público a un insostenible ritmo de casi 8% real anual. Bajo el escenario más probable, aun sin un nuevo paquete fiscal, el ritmo de expansión fiscal deberá contenerse drásticamente en los años venideros.

El segundo inconveniente de la expansión fiscal es su financiamiento, que ineludiblemente eleva la tasa de interés o deprime el dólar. Es probable que el déficit fiscal ronde este año el equivalente a US$ 6.000 millones. Para evitar un contraproducente incremento en el costo del crédito, hasta ahora el Fisco ha evitado recurrir al mercado de capitales interno y está solventando sus necesidades, principalmente con los fondos del cobre traídos desde el exterior. Corolario de esa opción es la caída del dólar, que perjudica la capacidad competitiva de las exportaciones. Desde fines del año pasado, el tipo de cambio ha caído 11% en términos reales. Es cierto que su nivel actual es semejante al promedio de los últimos diez años, pero precisamente ese período fue lánguido en crecimiento económico y dinamismo exportador.

¿Cómo encarar entonces la ofensiva contra la crisis económica? Dentro de las limitaciones presupuestarias, la política fiscal puede hacer mucho para desalentar los despidos y estimular las contrataciones. Hay que aliviar las estrecheces financieras de la pequeña y mediana empresa, responsables del 80% del empleo en Chile. Hay que rebajar sus impuestos y expandir su acceso al crédito. Hay que, sobre todo, hacer renacer la confianza en nuestra capacidad de crecimiento poniendo en marcha la vasta agenda aún pendiente de reformas microeconómicas.



Lo que tendríamos que imitar de Obama
Agustín Squella

Alguien tiene que gobernar y no da lo mismo quién gobierne.

Alguien tiene que gobernar, puesto que en toda sociedad es preciso adoptar decisiones colectivas que vinculan a todos sus miembros. Es por eso que las distintas formas de gobierno ofrecen una respuesta a la pregunta acerca de quién debe gobernar. Y en lo que concierne a la respuesta de la democracia, ella es bastante osada: puede hacerlo cualquiera que obtenga para sí la mayoría. En todo caso, la democracia es sólo gobierno de la mayoría, no tiranía de ésta, puesto que la compromete en el respeto de los derechos de la minoría, en especial el de transformarse en mayoría y hacerse con el poder.

Por otra parte, no da lo mismo quién gobierna, porque los individuos y partidos que compiten por el poder tienen distintas visiones sobre cómo organizar la sociedad. Yo crecí escuchando que en Estados Unidos daba lo mismo elegir a un demócrata que a un republicano, puesto que la diferencia entre ambos era casi inexistente. Sin embargo, cualquiera pudo darse cuenta de que no dio lo mismo que gobernara Bush padre a que lo hiciera luego Bill Clinton, como tampoco dio lo mismo que a éste lo sucediera Bush hijo y no Al Gore. ¿Alguien puede tener alguna duda de que no sólo la historia reciente de EE.UU., sino también la del planeta en su conjunto serían muy distintas si en 2000 Al Gore hubiera resultado elegido en vez de George W. Bush?

En Chile tampoco da lo mismo quién gobierne, y éste es un argumento a favor de la inscripción en los registros electorales. Porque si a ojos de jóvenes que presumen de estar fuera del sistema todo parece lo mismo, lo cierto es que no da igual que el gobierno lo gane la Concertación, la Alianza o Juntos Podemos. Cualesquiera puedan ser las coincidencias entre ellas, las ofertas programáticas de esos colectivos, así como la biografía política de sus líderes y representantes, y también las ideas e intereses que ellos encarnan, difieren entre sí y nos ponen frente a auténticas alternativas.

Pero volvamos a Estados Unidos para reparar en cuán distinto está resultando Obama de su antecesor, y para advertir que el rasgo más atractivo del nuevo Presidente es que en poco tiempo haya cumplido varias de las promesas que hizo mientras fue candidato. En 100 días de gobierno, Obama determinó el cierre de ese irregular campo de prisioneros que es Guantánamo, anunció un progresivo retiro de tropas en Irak, renunció a la práctica de su antecesor de impartir a los subordinados en el gobierno instrucciones que decidían a gusto del Mandatario el curso de aplicación de las leyes, y levantó la prohibición de otorgar fondos públicos a investigaciones con células madre, terminando también con la práctica de la administración Bush consistente en que a la hora de contratar científicos para agencias gubernamentales importaran más las creencias religiosas de los postulantes que su currículum académico. Y todo ello en medio del difícil manejo de una crisis heredada de un antecesor que creyó a ciegas en la desregulación de los mercados financieros, que confundió con virtud el feo vicio de la codicia, y que consintió el descaro de los abultados sueldos y bonos de ejecutivos que pedían dinero al gobierno luego de llevar sus empresas a la bancarrota.

Al proceder de esa manera, Obama cumple como Presidente lo que prometió como candidato, una práctica que deberían emular todos los que ganan cargos de elección popular. Si algo deberíamos aprender del nuevo Mandatario es que lo que se afirma en la campa-ña tiene luego que ser puesto en práctica desde el gobierno o el parlamento, sin contemporizar con quienes fueron en ella tus adversarios y son ahora tus opositores.

Obama confidenció que si quería llegar a ser Presidente, tenía que encontrar las palabras adecuadas, y lo mejor de él es que ahora está pasando de las palabras a los hechos.

Acount