jueves, 9 de abril de 2009

¿Qué fronteras hay entre los candidatos?.



¿Qué fronteras hay entre los candidatos?
Gonzalo Rojas

José Antonio Gómez fue muy sincero, muy directo (se agradece, porque es algo nada frecuente en los masones) cuando aseguró que su principal triunfo era haber corrido las fronteras en materias valóricas (morales y culturales, más bien) durante su campaña.

Por eso, aunque perdió, dejó clavada la estaca de esos temas para los candidatos de verdad, para los que ahora se lanzarán al todo o nada de la presidencial.

Frei no sabe qué hacer con esa papa caliente, porque su partido hace décadas que entró en amnesia esquizofrénica en estas materias (una enfermedad que sólo se diagnostica en avanzado estado de democristianismo). Sus socios PPD y PS conocen bien esta debilidad y sabrán explotarla con sutileza. Están en una vereda bien definida: nada de patologías.

En las otras izquierdas, Navarro, Arrate, Teillier, Henríquez y Hirsch -vaya pléyade, habría dicho Julio Martínez- no se confunden. Todos están a favor de la dura: nada de correr fronteras, hombre, lo que corresponde es afirmar que no deben existir los límites. Bien por ellos, son sinceros también. Pero sólo llegarán al 10 por ciento.

¿Y en la Alianza o nueva Coalición? Tremendo problema éste, el valórico que lo llaman. Unos quieren bajarle el perfil, porque sólo ge-nera pérdida de votos. Otros, co-mo los Larraín, Coloma, Forni, Romero o Arancibia, entienden que no es materia menor ni transable (papa caliente, dijimos, no papita). Pero están también los Pérez (Lily), Rubilar y De la Maza, a los que se suman ahora los neopiñeristas, Schaulsohn y Flores, para quienes casi toda convicción en estas materias es fundamentalismo integrista. ¿Cómo se las van a arreglar para convivir? ¿Habrá definiciones o sólo silencios consensuados?

Pero quizás se está sobrevalorando esta cuestión, porque no pasó de ser una estrategia radical, ya derrotada.

No. Mientras el país defiende sus fronteras físicas ante la deman-da peruana, están en juego también las fronteras más interiores, las que cruzan por el centro de la vivienda, por el vientre materno, por las salas de clases, por las playas de Ritoque, por los libros de contabilidad. Bienes, bienes humanos. Mejor aún: personas, personas humanas que están en riesgo. ¿Alguien puede afirmar que esas fronteras son hoy las mismas que en 1969?

Y éste no es un tema de creyentes o agnósticos, de comunitaristas o socialistas, de conservadores o liberales, de progresistas o tradicionalistas. Si se le puede poner un nuevo rótulo (ojalá no deformante: pensémoslo, discutámoslo), se trata de una disputa entre humanistas y vitalistas, entre quienes miran la persona humana en su dignidad concreta y trascendente, frente a sus rivales, que prefieren integrarla en corrientes de simple vida natural (ecologistas profundos) o de exclusivo despliegue social (secularistas).

Aquí sí que las regulaciones son decisivas, ya que dan vida o matan, fecundan o castran. Porque mientras los así llamados gobernantes progresistas centran sus cumbres en materias económicas, los que efectivamente ejercen los poderes sociales en sus gobiernos, los que trabajan en las bases, degradan y demuelen la condición humana, política a política, decisión a decisión.

¿No les corresponde entonces a los partidarios de una sociedad libre y responsable escoger la otra opción?

Havel, el gran Presidente checo, definía esta confrontación como la que se da entre las personas que piensan en el mundo y en la eternidad, frente a las personas que sólo piensan en sí mismas y en el momento. Era -decía- una lucha que sucede en el interior de todos: lo que hace que una persona sea persona y que la vida sea vida.

Por eso mismo, no es simple especulación; es drama o felicidad para los chilenos de carne y hueso.

Acount