sábado, 4 de abril de 2009

Más allá de la crisis.



Más allá de la crisis.
Juan Andrés Fontaine


Cuesta levantar la vista por sobre las urgencias de la difícil coyuntura. Pero, ahora que los mercados comienzan a mostrar cierta luminosidad, precursora quizás de un alba ya no tan lejana, es bueno preguntarse cómo vamos a volver a crecer. El tema es además muy oportuno, en vista de la elección presidencial de diciembre próximo.

El punto de partida es, desde luego, la actual crisis, sus causas y sus remedios. Las últimas cifras sugieren que, para sorpresa de muchos y pese a sus reconocidas fortalezas, Chile ha entrado en recesión. El producto interno bruto cayó significativamente a lo largo del segundo semestre del año pasado y es probable que haya seguido declinando en los primeros meses del presente año.
La industria manufacturera, golpeada no sólo por la caída de las exportaciones, sino muy especialmente por la reducción de las ventas al mercado interno, acusa a febrero una baja de 11,5% respecto de igual mes del año anterior. Como suele ocurrir, los que más sufren son quienes pierden el empleo. De acuerdo a las cifras oficiales, desde el máximo alcanzado en agosto pasado, se han destruido en términos netos un total de 110.000 puestos de trabajo (ajustados por el factor estacional). Los desocupados ascienden ya a 600.000 y de aquí al invierno pueden agregarse otros 120.000.

Es comprensible que muchos intenten culpar a la globalización y al modelo de libre mercado del desastre ocurrido. Pero, los líderes mundiales del así llamado progresismo, reunidos en Viña del Mar días atrás, no parecen haber dado con una fórmula alternativa. Tampoco los países del G-20, sesionando en una Londres, convulsionada y recesiva. No es de extrañar: ni el hoy tan repudiado capitalismo anglosajón, ni la receta mixta de Europa continental o de los países escandinavos, ni su peculiar variante en Japón o Corea, han podido librar a sus respectivos países de los efectos del fulminante ataque de pánico que se ha apoderado de los consumidores y los inversionistas. Desde luego, hay lecciones que sacar de la crisis en cuanto a la responsabilidad de las políticas previas, en lo macroeconómico y de regulación financiera. Las causas del grave accidente parecen haber sido tanto falla humana como ciertos defectos de diseño. Pero abandonar el modelo de libre mercado y volver al estatismo equivale a que, tras fuerte choque automovilístico, renunciáramos al automóvil y optáramos por andar en carreta.

Aunque la estrategia del Gobierno ante la crisis tiene el mérito de reafirmar su compromiso con la economía de mercado, el problema es que no se hace cargo de por qué ella nos está golpeando tan duramente. Si durante los años de vacas gordas ahorramos tan abnegadamente, ¿por qué sufrimos hoy una recesión similar a la de tantos otros menos previsores? ¿por qué los agujeros en nuestro blindaje?

La verdad es que durante los años de la bonanza –entre 2003 y 2008– nuestro crecimiento económico promedió un insatisfactorio 4,9% anual, semejante al término medio mundial e insuficiente para superar la pobreza. Pero, la sensación térmica ha sido de un progreso mucho más rápido gracias a la muy acelerada expansión de la demanda interna, a una velocidad promedio de 8% real anual. Ello fue resultado de una política fiscal expansiva, que llevó el gasto público presupuestario a crecer a casi 8% real al año, de las muy bajas tasas reales de interés (tan sólo 3% real para los créditos bancarios de corto plazo) y el fuerte incremento del endeudamiento de los hogares y las empresas. En condiciones normales, esta insostenible mezcla macroeconómica habría provocado un reventón inflacionario. Pero, la bonanza del cobre mantuvo el dólar bajo y pospuso la hora de la verdad hasta el año pasado. Entonces la alarma inflacionaria hacía ineludible terminar la fiesta. El estallido de la crisis internacional volcó el panorama, echó a suelo las expectativas de los agentes económicos y tornó el exceso de gasto en exceso de cautela.

El Gobierno ha reaccionado con celeridad. Pero su estrategia es más de lo mismo: un intento de reavivar la demanda, redoblando la dosis de gasto público y propiciando, mediante una variada gama de instrumentos, la vuelta a los tiempos del crédito fácil. Se trata de una saludable acción contra cíclica. Pero, si no logramos devolverle a Chile la fe en su capacidad de crecimiento, la voluminosa y estruendosa batería de medidas fiscales desplegada por el ministro Velasco sólo cosechará frustraciones.

Cómo reanudar la carrera al desarrollo es la preocupación central que ha convocado al llamado Grupo Tantauco, cuyos estudios han sido hoy formalmente entregados a Sebastián Piñera, candidato presidencial de la Alianza. Por más de un año, 36 comisiones conformadas por varios cientos de expertos, han recopilado antecedentes, revisado estudios, contrastado visiones y formulando propuestas que, debidamente procesadas y cotejadas con la opinión ciudadana, constituirán el programa de gobierno que esa candidatura ofrecerá al país. Las ideas contenidas son muchas, pero su médula es una: para construir un país que brinde a todos oportunidades y seguridades es imprescindible volver a poner en marcha los motores del crecimiento acelerado.

Nuestra capacidad productiva se ha desacelerado porque la productividad general de la economía, que entre 1986 y 1997, en los tiempos de oro de crecimiento acelerado, aumentaba a un ritmo de 2,2% anual, ha avanzado a un ritmo de tan sólo 0,6% anual en el último trienio. La productividad crece en una economía fertilizada por el emprendimiento, con alto ahorro e inversión, con un mercado laboral flexible para adaptarse a las exigencias de la competitividad, con mercados abiertos y competidos, con un sector público comprometido con el servicio eficiente.
En lugar de poner el acento sobre la demanda, e insistir en la expansión fiscal y crediticia, hay que volver la vista hacia la oferta. Es necesario aligerar el peso de los impuestos y sus apremiantes plazos de cobro, en especial sobre las pequeñas y medianas empresas, motores del emprendimiento y grandes generadoras de empleo. Levantar las trabas burocráticas a la creación de fuentes de trabajo. Estimular, mediante subsidios bien enfocados y normas adecuadas, la incorporación masiva de mujeres y jóvenes al mercado laboral. Emprender una drástica reforma del sector público. Transformar a las empresas públicas, que hoy languidecen en la incompetencia o son pasto del cuoteo político, en agentes del crecimiento, con la debida incorporación de capital y gestión por parte de la iniciativa privada. Abordar, finalmente, el desafío de la modernización de la educación escolar y universitaria, para lo cual la reciente aprobación de la LEGE, fruto del esfuerzo compartido del Gobierno y de la Oposición, es tan sólo un saludable primer paso. Recorrer la empinada pendiente que aún nos separa del desarrollo no nos será fácil, pero para reiniciar el ascenso las ideas y los equipos están prestos

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