martes, 16 de junio de 2009

Economía y educación, dos temas candentes.


Un disparo en un pie
por José Ramón Valente

¡Qué duda cabe! El tipo de cambio o, como le decimos en jerga común, “el dólar” es uno de los indicadores económicos de mayor interés para las empresas, los consumidores y los inversionistas chilenos. Es que Chile tiene una economía que se relaciona con otros países por donde se la mire. La gente compra bienes importados, cuyo precio sube o baja dependiendo del dólar; miles de empresarios exportan y les pagan en dólares, y los que no lo hacen compiten contra los productos que vienen del exterior con precios definidos en dólares. Por su parte, los inversionistas grandes, como las AFP, se ven obligados a invertir parte de los ahorros de los chilenos fuera del país en instrumentos denominados en dólares y otras monedas, debido a que el tamaño de nuestro mercado de capitales es demasiado pequeño en relación con el tamaño de los ahorros que manejan las AFP. Mientras que quienes tienen ahorros de menor magnitud, y que podrían buscar alternativas exclusivamente locales, tienen que ceder indefectiblemente a la realidad de que los precios de las acciones y los bonos en Chile también se mueven al ritmo de lo que pasa en los mercados internacionales y el dólar.


Para bien de sus habitantes, Chile se ha convertido en un país que produce mucho de pocas cosas que se las vende a muchas naciones, y, al mismo tiempo, compra poco de muchas cosas provenientes de diversos países. Eso se llama especialización y es uno de los mayores beneficios de la integración comercial y financiera que acometió Chile en los últimos treinta y cinco años. Imagínese que tuviéramos que usar en nuestro país todo el cobre que producimos o comernos todas las uvas y tomarnos todo el vino que cosechamos. E imagínese que tuviéramos que producir localmente los autos, los televisores y los zapatos que compramos. Chile sería un país raro; tendríamos platos y cubiertos de cobre, andaríamos todos los días borrachos, todavía veríamos televisión en blanco y negro y usaríamos zapatillas Bata Tigre negras para jugar baby fútbol. La apertura comercial y financiera ha traído grandes beneficios a los chilenos, pero junto con ellos ha traído también un gran dolor de cabeza, los altibajos del dólar.

En las últimas semanas, varios economistas —entre ellos Juan Andrés Fontaine y Aldo Lema— han llamado la atención respecto de cómo las autoridades económicas, especialmente las del Ministerio de Hacienda, han pasado un poco por alto los efectos que sus políticas han tenido y están teniendo sobre el dólar. En particular, ellos han mencionado que el acelerado aumento del gasto público y sus formas de financiamiento han contribuido a deprimir el valor del tipo de cambio. A la luz de la importancia que tiene el “dólar” para la economía nacional, esa parecería ser una omisión inaceptable.


No sólo estoy de acuerdo con lo afirmado por Fontaine y Lema, sino que quiero agregar un tema adicional a la misma discusión. Esto es la alta variabilidad que ha exhibido el tipo de cambio en los últimos años. De hecho, ésta se ha triplicado en los últimos treinta y seis meses. Fontaine argumenta que Chile requiere un tipo de cambio suficientemente alto como para hacer que nuestras exportaciones sean competitivas en los mercados mundiales. Lema plantea que, a causa del excesivo incremento del gasto público, el tipo de cambio podría estar hoy cerca de $ 40 por debajo de lo que sería su nivel en condiciones normales. En mi opinión, el aumento de los vaivenes de la cotización del dólar y la amplitud de los mismos están muy probablemente afectando negativamente las decisiones de consumo e inversión de las personas y las empresas chilenas, respectivamente. Y poniendo en riesgo una reactivación duradera de la actividad económica. Sólo en el último año, el tipo de cambio ha estado en $ 430 , luego escaló hasta los $ 670, únicamente para caer de nuevo a los $ 560. Imagínese que su sueldo fuese el tipo de cambio y en vez de $ 560 estuviésemos hablando de $ 560.000 mil. ¡Cuán cauteloso estaría Ud. con sus decisiones de gasto futuro, pensando que eventualmente su sueldo puede volver a los $ 430.000 en los próximos meses. Bueno, lo mismo ocurre con las empresas chilenas, que enfrentadas a los altos vaivenes del dólar, probablemente están inhibiéndose de realizar parte de los proyectos de inversión que tienen en carpeta.


Uno de las principales razones que han esgrimido tanto el ministro de Hacienda como el presidente del Banco Central para afirmar que Chile va a salir más rápidamente de esta crisis económica que de otras anteriores, como la crisis asiática, ha sido que, en esta oportunidad, a diferencia de las anteriores, la existencia de un sistema de tipo de cambio libre ha permitido un rápido ajuste hacia el alza del dólar. A la luz de la alta volatilidad exhibida por el tipo de cambio en el último año y la caída de más de $ 100 que ha tenido en los meses recientes, inducida en parte por las políticas impulsadas por el Ministerio de Hacienda, parecería que en lo que a políticas a favor de la reactivación se refiere, corremos el riesgo de estar disparándonos en un pie.



Todo mal en educación
por Cristina Bitar

Tuve la suerte de estudiar en varios países, entre ellos Estados Unidos, donde cursé el pregrado. Esa experiencia me marcó profundamente y, sin considerarme para nada una especialista en educación, a partir de tales vivencias tengo una opinión extremadamente crítica de lo que ha ocurrido en nuestro país en las últimas semanas en los más variados niveles e instituciones educacionales.


La educación es un proceso de formación integral, en el que los conocimientos son sólo una parte —muchas veces ni siquiera la más importante— que van acompañados de la entrega de los valores y la disciplina que hacen realmente a un profesional. La mayor parte de los conocimientos que una persona adquiere a lo largo de su vida como estudiante se terminan olvidando, porque finalmente las personas utilizan sólo una parte muy pequeña, aquella que corresponde a su ejercicio diario. Pero lo que nunca se pierde es el rigor adquirido en los años de estudio, la capacidad de trabajar en equipo, las habilidades para seguir aprendiendo a lo largo de la vida, la honestidad intelectual para valorar los argumentos de otros y cuestionar los propios.


Si uno mira la experiencia de las mejores universidades del mundo, ve que en ellas se trabaja muy duro, las bibliotecas están llenas de alumnos cualquier domingo a las diez u once de la noche, la competencia por ser el mejor es feroz y los estudiantes adquieren una capacidad crítica que está muy lejos de la formación chilena. La diferencia se aprecia desde el nivel preescolar. En pocas palabras, los países desarrollados y asiáticos, que nos superan ampliamente en la formación de sus jóvenes, nos sacan una ventaja tremenda en tres ámbitos fundamentales del proceso educativo: planes de estudio, metodología docente y hábitos de trabajo, tanto de alumnos como de profesores.


En este sentido, el espectáculo que hemos visto en las últimas semanas es deprimente. Los profesores secundarios actúan como un gremio cuya primera —y a ratos parece que única— preocupación, son garantías laborales propias de otra época. Añoran volver a ser funcionarios públicos del Estado central y reforzar aun más su estatuto docente. Nunca los he escuchado hablar de su preocupación por educar bien a sus alumnos.

Los estudiantes de los colegios públicos actúan por la fuerza, pretenden un nivel de participación en las decisiones esenciales del proceso educativo que no pueden imponer con actos irresponsables: se toman colegios y los destruyen. Reclaman contra la ley de educación y contra la municipalización. Y todo indica que no entienden ni una ni otra.


Lo más grave es que, salvo algún alcalde —vaya mi reconocimiento a Pablo Zalaquett—, nadie le pone el cascabel al gato. El Gobierno mira para el lado, no se aplican sanciones, no se ejerce la autoridad y no se reivindica su valor en el proceso educativo. Parece ser que la única preocupación es la popularidad a cualquier costo.


Muchas veces he destacado en estas líneas a la Presidenta Bachelet, sus condiciones humanas y criterio para gobernar, pero en este caso pienso sinceramente que está en deuda. ¿Hasta cuándo dejamos que los niños de los sectores más débiles, que son los que estudian en la educación pública, se farreen su oportunidad y arruinen su vida? ¿Hasta cuándo dejamos que no cumplan con sus deberes y sólo exijan sus supuestos “derechos”? ¿Hasta cuándo nos rendimos a cualquier exigencia de profesores y alumnos que paralizan el proceso educativo?


Como dije al comienzo, no soy experta en educación, pero tengo claro que nada de lo que pasa en Chile en esta materia es lo que hacen los países exitosos en materia educacional. Lo único claro es que, mientras se paraliza la educación pública, los niños de los colegios particulares estudian y trabajan. Por ende, podemos esperar entonces que la brecha entre alumnos de colegios particulares y públicos se agrande, mientras casi nadie hace nada para corregirlo. No basta con bonitos discursos y buenas intenciones. Es hora de actuar con determinación y tomar decisiones que, aunque dolorosas y poco populares, son necesarias para sacar la educación adelante. Por ahora, todo mal en la educación.

Acount