miércoles, 10 de junio de 2009

La otra crisis, por Gonzalo Vial.


La otra crisis
De la crisis económica —dicen nuestros analistas (famosos, es sabido, por su clarividencia)— saldremos. Puede que nos repongamos de ella «en V» (es decir, tan rápido como caímos), sino «en U» (más lento) o «en L» (arrastradamente)… pero saldremos. Yo les creo, porque todos los países salen de las crisis, y no hemos sido la excepción, ni el año 31, ni el 82, ni el 97.

Pero de la OTRA crisis, no damos señales de librarnos. Me refiero a la CRISIS SOCIAL… la desintegración de las bases de convivencia de la sociedad chilena, sobre todo de las populares. La manifiestan distintos fenómenos, estadísticamente documentados, v.gr.:
1. La baja de la natalidad hasta términos que amenazan reducir, en cifras absolutas, nuestra ya pequeña población; 2. La disminución del número de matrimonios; 3. El aumento experimentado por los hijos nacidos fuera de matrimonio y, dentro de éstos, la alta proporción de hijos de adolescentes; 4. El crecimiento numérico de las mujeres «jefas de familia»… vale decir, madres abandonadas. Y confirman esa desintegración otros muchos datos menos cuantificables, o todavía no muy precisos, pero cuyo conjunto es inequívoco: el auge en la juventud —auge que indica abandono familiar— del alcohol, la droga, la pornografía, el sexo prematuro, el delito, la promiscuidad, la violencia hogareña y escolar. Agréguense las cifras de divorcios, juicios (ineficaces) de alimentos, femicidios, explotación sexual y laboral de mujeres y niños —que la Organización Mundial de la Salud nos reprocha severamente—, y veremos confirmada la «otra crisis», la social.

De ella apenas se habla, mientras la económica está en boca de todo el mundo, siendo ésta pasajera y de menor nocividad real para el país. ¿Por qué semejante silencio? ¿Por qué tanta ceguera?

Porque nos ha cogido el progresismo posmoderno, con su moral cruda y primitiva, de «haz lo que quieras», disfrazada de respeto por la diversidad y las decisiones individuales.

Para mantener esa postura en medio del terremoto social, se recurre —algunas veces inconscientemente, es probable— a diversos mecanismos que lo disimulen y «maquillen», de modo que PAREZCA menor o, aun, PAREZCA que no existe. Estos mecanismos no arreglan nada, pero permiten que los privilegiados sigamos viviendo en nuestro mundo de Bilz y Pap, hasta que la Historia nos pase definitivamente la cuenta.

Los mecanismos de autoengaño pueden dividirse en tres grupos:

Primero, sostener que se trata de simples «cambios sociales»

Ejemplo típico: que el «emparejamiento» es una institución similar al matrimonio y de similar eficacia .

Esto podrá ser cierto en casos aislados, generalmente del sector alto o medio. Pero no es efectivo entre los pobres. La «pareja» no es una institución ni siquiera medianamente estable. Ni implica asumir responsabilidades. Se trata, al revés, de que no las lleve consigo y quepa romperla en cualquier momento, y de facilitar que uno de los «emparejados» —por lo general el hombre— evada sus deberes de mantención respecto de los hijos comunes. El «hogar» de la pareja suele incluir a la madre, hijos suyos de diversos padres, y el hombre «de turno», cuyas relaciones con los niños son tensas, si no violentas, y pueden tener, además, otros y más oscuros caracteres.

Equiparar «pareja» y «matrimonio» es una construcción teórica de la ideología posmoderna, sin asidero real.

Segundo mecanismo: Esconder o menospreciar los problemas

A) El caso más claro es el de la extrema pobreza, a la cual se le quitó de repente el adjetivo «extrema» para hacerla menos alarmante.

Es un dogma chileno, una afirmación reiterativa, solemne y juzgada irrefutable, que la pobreza ha ido disminuyendo desde el siglo pasado en forma muy satisfactoria. Para ello: a) Se toma como punto de partida la existente el año 1987 cuando recién emergíamos de la devastadora crisis de 1982. Es igual que si mañana, concluida la actual emergencia, nos felicitáramos por la disminución de la cesantía, desde el elevadísimo porcentaje de 2009, a los de 2008 o 2007… menores pero también inaceptables. b) Se continúa midiendo la pobreza según los precios de una «canasta» de productos enteramente obsoleta, irreal respecto de su composición. ¡Data de la época de Pinochet! Es el último «enclave autoritario», mas no parece haber apuro en modificarlo.

De todos modos, incluso con esta medición discutible, es un hecho que el año 2006 (fecha de la más reciente encuesta CASEN) existían en Chile 2 millones de pobres extremos… los mismos que el año 1970. Se nos dirá que EL PORCENTAJE era menor en 2006, pero cualquiera de esos dos millones de pobres podía responder, dicho año, que A EL la baja del tanto por ciento no lo favorecía ni le importaba nada.

B) Recién se ha publicado el Octavo Estudio de CONACE sobre consumo de drogas ilícitas en Chile. Corresponde al año 2008.

Consumo que dicho año se habría mantenido «estable», según CONACE y los entendidos consultados por la prensa. Sin embargo:

-El consumo de marihuana de los jóvenes entre los 12 y los 18 años creció de un 7,4 % a un 9,1 %, desde 2006.

-El consumo de cocaína de los mismos jóvenes entre iguales fechas creció de un 0,7 a un 1 %.

Aumentar no es lo mismo que mantenerse. Crecer poco el consumo de drogas ilícitas es mejor que crecer mucho, pero tampoco es bueno. Los malabarismos con las palabras son consoladores, mas no remedian la crisis social.

Tercer mecanismo: Magnificar los pocos y pequeños datos favorables

Hay dos casos recientes.

A) El SIMCE 2008. Como vimos en la columna del 26 de mayo, se ha hecho gran caudal de que el puntaje de la prueba de Lenguaje y Comunicación, 4º básico, subiera de 2007 a 2008 como promedio nacional de 254 a 260… seis puntos.

“¡Felicitaciones!” —trompeteaba el Portal EducarChile, añadiendo reinar un «clima de satisfacción».

Indicamos, entonces, lo exagerado de estas fanfarrias… la modestísima significación de 260 puntos, y que el «avance» era nulo en las demás pruebas del SIMCE 2008, tanto para 4º básico como para 2º medio. Añadamos que el «promedio nacional» de 260 puntos no es el de las escuelas municipales, que sólo llega a 247… pobrísimo.
Ilusionar sobre una educación pública brutal y largamente estancada sirve, únicamente, para dormir tranquilos sobre el volcán en ebullición.

B) «Alza de la natalidad». El número de nuestros nacimientos anuales llegó a su nadir histórico en 2004 (240.011). De allí ha ido subiendo lentamente hasta 2008 (257.840). La cifra de 2004 significaba 1,9 hijos por mujer, inferior a la necesaria (2,1 hijos por mujer) para reponer la población total y que ésta no bajara en términos absolutos. La cifra de 2008 todavía no indica que hayamos superado dicho peligro.

Pero el PRIMER TRIMESTRE DE 2009 el número de nacimientos fue récord (67.071). Ha bastado esto, un trimestre de cuatro, para que un coro de voces jubilosas proclame el final del problema de la baja natalidad en Chile.

¿No sería prudente esperar la cifra del año?

Más delirantes son las razones que se esgrimen para explicar el aumento trimestral. La vicepresidenta de la Junta Nacional de Jardines Infantiles lo atribuye a que los programas sociales del Gobierno “entregan
certeza a los chilenos de que su situación y su porvenir no están desvalidos”. Menciona entre dichos programas “el aumento significativo de las becas para la educación superior”. ¿Estaré soñando?

¿Una mujer chilena, en 2008, habrá decidido tener un hijo porque, más o menos en 2027, el niño tendrá mayor opción a una beca para su educación superior? (El Mercurio, 31 de mayo y 2 de junio).

El triunfalismo alrededor de los 67.071 nacidos del trimestre oscurece otros datos significativos de los mismos (El Mercurio, 31 de mayo):

-El 66% nació fuera de matrimonio.

-El 22% no tuvo reconocimiento de ambos padres.

Un futuro feliz.

Resumiendo: el primer paso para enfrentar el terremoto social que vivimos, pero no percibimos, es conocer su realidad… no cerrar los ojos ante ella.

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