sábado, 13 de junio de 2009

¿Topamos fondo? , por Juan Andrés Fontaine.


¿Topamos fondo?,
por Juan Andrés Fontaine.

La última cosecha de estadísticas macroeconómicas cayó como balde agua fría. La actividad económica fue en mayo 4,6% inferior a la del año pasado y 0,7% menor que en abril. Hubo pronunciadas disminuciones en el sector manufacturero, así como en la construcción y el comercio. Aniquilada por la contracción de las ventas, la inflación de mayo fue nuevamente negativa, como lo ha sido en seis de los últimos siete meses, abriendo la inquietante posibilidad de una deflación. Todo esto echa por tierra la historia oficial acerca de que la economía nacional ya habría topado fondo y estaría adelantándose a la recuperación mundial. Pero es cierto que, bien conducido, Chile puede prontamente dejar atrás la recesión.



El panorama mundial se está componiendo. Las condiciones externas pertinentes para Chile, que esta vez nunca fueron tan desfavorables como en las pasadas recesiones de 1982 y 1999, se han tornado auspiciosas. El cobre vuelve a transarse sobre los dos dólares por libra. El costo del crédito externo se mantiene en el suelo. Sólo el alza reciente de los combustibles es un factor perjudicial.



Definitivamente, esto no fue la Gran Depresión, como justificadamente se temió tras los desaciertos de Estados Unidos en el manejo de su crisis bancaria. A fines del año pasado ellos desataron una suerte de crisis de pánico que se sintió hasta en los más apartados confines del planeta. El comercio exterior e interior sufrió algo así como un espasmo, contracción muscular por movimiento reflejo, ocasionada por el pavor ante la falta de crédito. A lo ancho y largo del mundo, la actividad industrial se vino abajo.



La buena noticia es que el pánico ha quedado atrás. Los mercados financieros están volviendo a la normalidad. Algo aprendimos de cómo manejar las crisis financieras en los últimos ochenta años y por eso la primera recesión mundial del siglo XXI, aunque con la alarmante velocidad y simultaneidad que permite la tecnología actual, ha estado muy lejos de causar los estragos que dejó la Gran Depresión. Los bancos centrales reaccionaron bien, rebajando los intereses y proporcionando abundante liquidez. Los gobiernos de Estados Unidos y otros países —aunque con vacilaciones y equivocaciones— se resolvieron finalmente a apoyar a las instituciones financieras en aprietos para evitar males mayores. Lo más importante de todo es que, a diferencia de lo ocurrido con la crisis de los años treinta, ahora no se ha perdido el norte: los gobiernos han prestado oídos sordos a quienes en todo el mundo —también en Chile— predican la revancha estatista, han mantenido su adhesión a la economía de mercado y al libre comercio, han restringido la intervención estatal sólo a acciones de emergencia y apoyado la iniciativa privada con masivas rebajas de impuestos.



Como sugiere el reciente éxito electoral de la centroderecha en Europa, ante las serias dificultades presentes, lo que la ciudadanía pide es una conducción competente y no el regreso del estatismo estéril.



Aunque en el mundo desarrollado tomará tiempo reparar los daños financieros y fiscales que ha dejado la crisis, ya superado el pánico, las economías emergentes han comenzado a recuperarse. Los colosos de China e India están de nuevo en marcha. Los últimos datos industriales revelan un repunte en Corea y Taiwán. América Latina ha sido duramente golpeada, pero ya Brasil muestra una incipiente mejoría. Desde luego, el camino por delante no está exento de incertidumbre.



Todavía hay serios problemas financieros pendientes en Estados Unidos y Europa, los cuales, bien lo sabemos, pueden darnos otra sorpresa desagradable. La economía mundial probablemente no volverá a exhibir el dinamismo de los últimos años sino en mucho tiempo más, pero la Gran Recesión del 2009 comienza ya a pasar a la historia.



Por eso, los últimos datos de la economía chilena son descorazonadores. Chile no sólo no se está adelantando a la reactivación mundial, sino que se está quedando atrás respecto de la recuperación de las economías emergentes. Es posible que sea tan sólo un retraso, pero, así como nos ocurrió con la crisis asiática, el término de la bonanza mundial nos ha hecho perder la fe en nuestra capacidad de crecimiento. Con el estallido de la crisis, las expectativas de consumidores y los empresarios sufrieron un fuerte impacto. Aunque hay indicios de que el pesimismo está retrocediendo, para que realmente nos pongamos de nuevo en marcha hace falta una política económica jugada por el crecimiento económico.



Hasta ahora, la estrategia oficial ha descansado principalmente en el gasto público.


El presupuesto fiscal se estima aumentará 11% real este año y el primer cuatrimestre ya se ha elevado el 19% real sobre un año atrás. Desde luego, hay positivos incrementos en las ayudas a los más necesitados, subsidios de vivienda y proyectos de infraestructura, pero el torrente de gasto fiscal es a todas luces excesivo. Sus efectos reactivadores tardan mucho en hacerse sentir.



Su financiamiento provoca una inconveniente caída en el dólar y alza en los intereses de largo plazo. El masivo dispendio fiscal suele ser propicio a la ineficiencia, el derroche, el favoritismo político y la corrupción. Es el instrumento favorito de los políticos —los altos índices de popularidad del gobierno sugieren que tal vez estén en lo cierto—, pero si esta “influenza keynesiana” no es controlada a tiempo, retardará innecesariamente nuestro retorno a la carrera del crecimiento.



La estrategia debe ser diferente. El crecimiento debe provenir de la inversión y las exportaciones, apoyadas por una política monetaria que por ahora mantenga intereses bajos y un tipo de cambio competitivo. En lo fiscal, la primera preocupación debió haber sido la situación crediticia de la pequeña y mediana empresa, responsable del 80% de los empleos. Las medidas gubernamentales adoptadas, aunque positivas, son insuficientes.


La segunda preocupación debió haber sido estimular la recontratación de los desempleados mediante estímulos tributarios al empleo y a la inversión, que no es sino la creación de fuentes de trabajo. También se han aplicado medidas en este campo, pero hace falta más, aunque el espacio presupuestario disponible ya ha sido consumido y será necesario efectuar ahorros recortando desembolsos superfluos. La nueva estrategia exigirá también retomar las reformas estructurales para elevar la productividad del sector público, cuyas ineficiencias gravitan negativamente sobre nuestro potencial de crecimiento.

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