lunes, 27 de julio de 2009

Dos excelentes comentarios....


Urge rigor,
por Margarita María Errázuriz.

No sé en qué momento perdimos la capacidad para comprometernos responsablemente con lo que afirmamos. El formular juicios y decir frases intencionadas, como si fueran verdaderas se ha convertido en una práctica que la política, tan presente en estos días, hace cada vez más frecuente. Este hábito tan poco saludable nos hace perder oportunidades. Los períodos previos a las elecciones son un momento propicio para ampliar y enriquecer nuestra visión con el intercambio de ideas. Sin embargo, la mala costumbre de opinar sin fundamento o con intereses encubiertos nos lleva a escuchar con desconfianza toda opinión que tenga olor a política.

Por mi parte, el observar repetidamente en un lapso muy corto de tiempo la facilidad con que se afirman dichos sin preocuparse por su veracidad y cómo ellos pueden afectar a la opinión pública me produjo malestar. Cuento mi experiencia más cercana porque ilustra parte del abanico de posibilidades por las que se cuela esta práctica.

Viajaba entretenida leyendo, cuando escuché a mis vecinos decir cosas que sabía que no eran ciertas. Tenía a mi lado a un senador y, al parecer, a un rector de universidad. Hablaban sobre educación. El más flagrante de sus comentarios fue sobre la Ley General de Educación. El senador decía que es solamente maquillaje porque, entre otras cosas, establece que los sostenedores de establecimientos educacionales sólo requieren haber terminado la educación media para poder ejercer como tales. Para hacer más gráfico su dicho, exclamó: “¡Si hasta un dueño de botillería puede ser hoy sostenedor!”. No sé qué puede tener este honorable contra los dueños de botillería, pero uno de los puntos que dificultarán la aplicación de esta ley es que exige a los sostenedores ocho semestres de estudios superiores, que muchos no tienen. ¡Tome nota, senador, aunque imagino que esto ya lo oyó cuando se discutió la ley en el Senado! Me preocupó este comentario, porque la educación es un tema prioritario en el país y difícil de encarar. En nada ayudan al debate frases que tergiversan la realidad.

Mi impotencia por no poder rectificar al menos ese dicho me llevó a recordar otra afirmación que escuché la noche anterior, y que también dejé pasar. Una persona amiga, que goza de mucho prestigio, afirmó en forma tajante y casi sin venir al caso que, para asustar a la población, la derecha inventó que la delincuencia seguía siendo un tema preocupante. Validó su información señalando que las estadísticas concluían precisamente lo contrario. No quise ahondar en el tema porque el de la conversación de esa noche era otro. Pero me quedé con ganas de saber qué decían exactamente esas cifras, su procedencia, cómo se estimaban los casos en que no se hace denuncia y cómo se explica, si así fuera, que los datos que posee el Ministerio del Interior indican que en Santiago uno de cada tres hogares declara haber sido víctima de un acto de delincuencia. No puedo negar que esta frase, por ser parte de esta misma mala costumbre que comento, me afectó.

Doy estos ejemplos porque los tengo frescos. Lo común entre ellos es que se hacen juicios sin fundamento que se plantean como verdades irrefutables. Lo malo es que expresan hábitos muy arraigados en nuestra sociedad, los que en medio de una campaña se exacerban. Fácilmente, y sin remordimientos, se cae en una espiral de descalificación y de tergiversación de la persona y de los dichos del oponente.

De seguir así, una vez pasadas estas elecciones miraremos con pena el campo de batalla. Habremos minado nuestra convivencia. Todavía es tiempo de evitar este desastre y de aprovechar una oportunidad para debatir ideas valiosas, abiertos a buscar el bien del país. Todavía es tiempo de aprender a ser responsables de nuestros dichos y preservar nuestras mutuas confianzas. Es crucial, para poder realmente escucharnos, valorar posiciones distintas y enriquecernos con la diversidad.

Inspiración o transpiración ,
por José Ramón Valente.

Se ha transformado en una especie de cliché de los analistas políticos y comentaristas de la campaña presidencial decir que los candidatos no ofrecen propuestas novedosas en materia económica. Algunos van incluso más allá, sugiriendo que todos los candidatos más o menos plantean lo mismo: mejor educación, más empleo y mantención de la red de protección social. El propio ministro de Hacienda, Andrés Velasco, cayó en la tentación de repetir este cliché la semana pasada, pero aludiendo en especial a la candidatura de Sebastián Piñera, al señalar que revisando las propuestas del candidato le cuesta encontrar medidas novedosas que vayan a implicar un resurgimiento del crecimiento y del empleo.

Más allá de las importantes diferencias que a mi juicio sí existen entre las propuestas de los distintos candidatos, creo que los analistas y el ministro están pasando por alto el principal punto de diferenciación entre un candidato y otro. Este no está en las ideas ni en las propuestas, sino en la capacidad para llevarlas a cabo. Todos quienes hemos iniciado una empresa o emprendido exitosamente algún proyecto en la vida tenemos plena conciencia de que el existo de nuestra iniciativa tiene 10% de inspiración (una buena idea), y 90% de transpiración (una buena ejecución del proyecto). Lo mismo ocurre con los programas de gobierno, el papel aguanta todo. Si sumamos las propuestas de campaña de la Alianza y la Concertación en materia económica de las últimas tres campañas presidenciales, con seguridad juntaríamos más de mil. ¿De qué sirve tener un kilo de propuestas si a la hora de llevarlas a cabo sólo somos capaces de implementar unos cuantos gramos?

Las propuestas económicas de un programa de gobierno no deben ser un ejercicio académico cuyo objetivo sea ganar el Premio Nobel. Dicen que la política es el arte de lo posible. Por lo mismo la misión de un gobierno no debe estar en desplazar la frontera del conocimiento con propuestas ingeniosas que una vez concluida la campaña se guardan en el cajón de los recuerdos. Por el contrario, el foco debe estar puesto en hacer hasta lo imposible por mover la barrera que imponen los grupos de interés por impedir que ideas no tan novedosas pero importantes para el bienestar general del país lleguen a implementarse.

Llevamos más de 10 años escuchando de parte de los candidatos de la Alianza y la Concertación que es urgente aumentar la calidad de la educación, hacer una reforma al Estado, flexibilizar el mercado del trabajo, crear más empleo y ponerle atajo al incremento de la delincuencia. Para llevar a cabo las trasformaciones económicas que Chile requiere para sacar a su gente de la pobreza y alcanzar el estatus de país desarrollado que tanto anhelamos no se requieren físicos nucleares, ni siquiera un doctorado en Harvard. Lo que se necesita es un líder con capacidad de ejecución y un grupo de personas que lo acompañe que sean competentes y estén motivadas por hacer de Chile una gran nación. Se requiere gente que dedique la mayor parte de su tiempo a transpirar y no sólo a pensar. Las propuestas están, lo que hace falta es un gobierno capaz de implementarlas.

Acount