miércoles, 29 de julio de 2009

MEO culpa , por Joaquín Fermandois.

MEO culpa , por Joaquín Fermandois .


Muchos no terminan de absorber el sorpresivo ingreso de Marco Enríquez-Ominami a la carrera presidencial, incluyendo una respetable posición en las encuestas. Todavía es temprano para saber si la justa electoral lo confirmará como estrella ascendente, o tendrá un techo desde el cual sólo mostrará limitaciones. Suceda lo que suceda, ha “desordenado” el panorama electoral. La Concertación ha salido más terremoteada que la candidatura de Piñera. Era obvio que éste no iba a mantener su ventaja que llevaba el año pasado, aunque ha colaborado en su limitación el deterioro de horizonte político de la centroderecha, de lo cual ella sólo debe culparse a sí misma. Enríquez-Ominami acertó en una primera vuelta de la rueda de la fortuna.


Las recriminaciones en la desconcertada Concertación reflejan que sus líderes se las ven con un fenómeno nuevo. Incluso cuando aluden a que “este niño va a madurar con el tiempo”, revelan perplejidad. Nadie sabe si representa algo nuevo, o es la expresión lúdica del fin de las creencias en política. Si de “culpa” se trata, hay que apuntar a dos fenómenos interrelacionados. En primer lugar, la puesta en escena del “factor Enríquez” es una de las caras de la crisis de la política.


Aunque fenómeno universal, no por eso hay que caer en lo de “consuelo de tontos”. Cierto, toda época de “normalidad” como la nuestra desincentiva el entusiasmo por lo público. A la misma clase política no se le movió un pelo porque año a año menos jóvenes participaran en el proceso electoral, de modo que hoy se prescinde del 30 por ciento del electorado potencial. Su inscripción seguramente no cambiará el escenario de crisis de la política, pero se trata de un tema en el que “los políticos” sí podían tomar medidas, pero no lo hicieron. Con énfasis, se quedaron mudos. La aparición de Ominami y su apoyo en sectores juveniles pueden ser vistos como una revancha espontánea ante la desidia por la crisis más que anunciada.


En segundo lugar, la aparición de Enríquez tiene que ver con la traslación del estilo y metodología de la era de la imagen, desde la pantalla a la política. Política moderna y prensa han ido siempre juntas. Cuando la televisión (de la que internet es un derivado para este asunto) dominó la atención pública y comenzó la dinámica al parecer imparable de “telenovelar” la realidad, se dio inicio también a la tendencia a hacer de la política un reality show. ¿Hasta qué punto aniquila eso el debate público? El medio se devora al mensaje, parafraseando un dicho de McLuhan que estaba de moda hace 40 años. Nadie puede ignorar impunemente a la imagen, como lo hicieron Richard Nixon en 1960 ante John Kennedy (perdió por un pelo), y Jorge Alessandri en 1970 (perdió por un pelo). Su falta de preparación ante la pantalla chica los derrotó. Ronald Reagan fue un político consumado al integrar la técnica de la imagen en las campañas, y tuvo éxito en muchos sentidos, no sólo en lo electoral. A pesar de ello, ante una persona que era toda simpatía e imagen, pero con poca sustancia que se le pueda extraer, uno duda si a su manera no representaba una devaluación de la política. Truman, Eisenhower, Kennedy y Lyndon Johnson se nos presentan como personalidades más recias, con un lenguaje más creíble. Por algo Reagan había sido actor; no era una “farándula”, pero las cosas se dirigían hacia allá. Berlusconi es un extremo.


Marco Enríquez-Ominami parece constituir una réplica del surco abierto por Reagan en este lejano país, tan integrado al mundo. Existe un aire de madurez insuficiente en torno a su presentación, aunque quizás preludie una carrera, o un nuevo tipo de hacer política. ¿La culpa? Es un hijo de su época.

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