sábado, 1 de septiembre de 2007

Concertacionista, antropófago

Las revoluciones han sido siempre
antropófagas: sistemáticamente se han devorado a
sus propios hijos, en ritual tan continuo como
sorprendente; por cierto, sorprendente sólo para
los que no leen Historia.
Robespierre y Saint Just aplicaron la
guillotina a los mismos jacobinos hasta caer
fulminados por su propia medicina; todos los
revolucionarios mexicanos, todos, se mataron unos
a otros; Lenin eliminó a los sindicalistas y a
los marinos de Kronstadt, que eran ciertamente
militantes bolcheviques tan duros como el líder
de la revolución; y Stalin mató a Trostky y a
cuanto leninista se le apareció en el horizonte;
y Kruschov denostó a Stalin; unos chinos maoístas
mataron a otros chinos maoístas; y el castrismo
se ha autorpurgado hasta colmar los paredones.
En Chile, la frustrada UP no tuvo tiempo
para practicar tan sucias maniobras, pero ahora,
después de más de 17 años en el poder, la
Concertación vuelve a sus raíces atávicas y saca
sus colmillos para devorar a uno, a una, de los
suyos. Ahora es el turno de Bachelet en el altar
de los sacrificios.
Convencidos ya los políticos
concertacionistas de que nada puede salvar al
gobierno encabezado por la médico exfrentista, ha
llegado el momento de abandonarla a su suerte, de
distanciarse de ella, incluso, de marcar en su
cuello la señal del oprobio.
Es grotesco, aunque en Chile ya casi nada
lo parezca: los partidos de Gobierno, y en
especial el PS, la colectividad de la propia
Presidenta, deciden apoyar manifestaciones
públicas contra su Gobierno, que no otra cosa es
protestar contra el ministro de Hacienda. Desde
aquella artera acción de los comunistas en 1946-7
contra González Videla en el carbón, mientras al
mismo tiempo participaban en su gabinete, que no
se veía traición igual.
Es que quizás creen que sólo su
oportunista desafección hacia la Presidenta los
podría salvar de la derrota que les
correspondería asumir en las próximas elecciones.
Y para evitarla, están intentado una última
maniobra: ser ellos los autores del femicidio,
para convencer a los electores de que podrían ser
también ellos los legítimos continuadores de una
tarea frustrada de la que supieron distanciarse a
tiempo: si no pudo ser reina, ya encontraremos
algún delfín, por gordo que sea, para
reemplazarla. Cuánta psicología social hubo en
juego en las manifestaciones de estos días
finales de agosto.
En todo caso, en el pasado la revolución
devoraba a sus mejores hijos; ahora, simplemente
se traga sin dudar a un hijo cualquiera. Es que
da menos asco.

Gonzalo Rojas Sánchez

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