lunes, 26 de mayo de 2008

Bachelet: un esfuerzo inútil

Bachelet: un esfuerzo inútil
Gonzalo Rojas


La Presidenta ha hecho un gran esfuerzo este 21 de mayo, uno más de los tantos empeños que han caracterizado sus 26 meses en palacio. Su propósito ha sido, por momentos, muy evidente: quería recuperar la lozanía con la que cautivó a sus electores. Paralelamente, ha procurado parecer enérgica o visionaria, roles que se le dan menos. En todo caso, el diseño de sus asesores quedó claro.

Pero ya es muy tarde para lograrlo, porque las teclas que ella pulsó no conectan con la melodía deseada: sus dedos no aciertan. Definitivamente, es inútil intentarlo en manos de la actual intérprete. Todo empeño por afinar, a estas alturas, será en vano.

Casi todos los auditores de su discurso lo sabían mucho antes del miércoles. Y por eso casi todos, con mayor o menor sinceridad, lo han comprobado al oírla y han tenido que reconocerlo, por fuera o por dentro, de palabra o de pensamiento.

¿Qué ha quedado en claro? Que este 21 de mayo marcó un hito definitivo para la Presidenta Bachelet. No han sido las encuestas sobre el mensaje presidencial las que lo han detectado, ya que en esas mediciones la opinión pública se mueve sólo un poco más o un poco menos respecto a los días previos al discurso.

No. La frontera que ha cruzado la Presidenta tiene que ver con algo mucho más grave para ella que los porcentajes de adhesión o rechazo popular. Ha sido el ingreso de sus planteamientos en el pantanoso terreno del "no te creo", en el intransitable camino del "no es posible", incluso, en el más dramático escenario del "sí, pero no contigo."

Ha llegado la doctora a esa triste situación en que las buenas intenciones aparecen no como ingenuas, sino como algo grotesco; se asoman no como simples objetos de crítica fundada, sino como afirmaciones dignas de burla y escarnio (a la chilena por cierto, es decir muchas veces bajo las formas veladas del pelambre).

"Se han perdido las confianzas", suele ser una expresión referida al trato fracasado entre partes que negociaban o competían lealmente. Y en esa dimensión es frecuente y normal que pase. Lo grave es cuando sucede también entre quienes se suponía que estaban empujando en la misma dirección. En política, podría formularse así: mucho antes de que una coalición gobernante sea castigada por sus adherentes, privándola de respaldo electoral, sus propios dirigentes, parlamentarios y funcionarios comienzan a abandonarla en el fondo de sus corazones. Terrible, pero cierto: casi todos los suyos han perdido la confianza en la Presidenta.

En política, como en la guerra o en la empresa; en el fútbol, como en la docencia o en la aventura, hay un momento en que muchos, pero sobre todo los partidarios, simplemente dejan de creerle al conductor, al jefe, al entrenador, al profesor. "Este será un gobierno de mierda, pero es mío": ciertamente nadie entre los bacheletistas diría hoy algo tan rotundo como lo que el obrero allendista manifestaba con su letrero el 4 de septiembre de 1973. Nadie lo diría, pero no porque deje de pensar que el gobierno es un desastre, sino más bien porque ya prefieren que no sea el suyo...

Las convicciones más profundas de sus partidarios se trasformaron, gobierno tras gobierno, en una mecánica repetición de adhesiones meramente formales, sin vibración de ideales ni brillo intelectual. Las dudas que los adherentes de Bachelet tuvieron al inicio de su período, ciertamente legítimas, se han ido traduciendo ahora en un escepticismo evidente y global. Toda la fachada concertacionista se muestra cansada, arrugada, envejecida. Hay productos comunicacionales que intentan disimular esa decrepitud, pero como fallan a las pocas horas de su aplicación, el resultado es aún más penoso. Hoy el Gobierno y la Concertación se desplazan con dificultad, arrastrando los pies, con nostalgias del pasado y con una sola certeza sobre el futuro: el fin está cerca, ha comenzado ya.

Al Gobierno lo ayudarán sin duda las próximas campañas electorales. Se verán de nuevo fervorosos gestos de adhesión a Bachelet. Pero el ardor y entusiasmo que desplieguen los funcionarios de gobierno y los candidatos concertacionistas nada tienen que ver con los anuncios y proyectos del 21 de mayo. Sus fervores distarán mucho de estar motivados por proyectos de reforma política o educacional. Serán el simple y craso empeño por conservar las posiciones de poder municipal, parlamentario y presidencial, porque también es cierto que aún en los organismos más desgastados hay unas últimas energías de las que se echa mano para afirmarse a la vida que se extingue. Pero esta lucha es muy penosa: "ya no es vida" suele decirse y, al poco tiempo, se pierde la batalla.



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