jueves, 15 de mayo de 2008

Debo tolerar a otros columnistas
Hermógenes Pérez de Arce

Leo en "Sábado" ("El Mercurio", 11.05) al columnista Francisco Mouat refiriéndose a dos jóvenes "quemados": "...fueron interceptados por una patrulla militar que los detuvo y persiguió... Los tiraron en la calle, los golpearon con las culatas de los fusiles, los rociaron con parafina, les prendieron fuego y contemplaron la escena macabra".

Pero la resolución del 23 de julio de 1986 del ministro en visita extraordinaria, Alberto Echavarría Lorca, dice: a) Que Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Quintana Arancibia fueron detenidos, el día 2 de este mes, por una patrulla militar que aseguraba el libre tránsito de vehículos, reteniéndoseles transitoriamente en el lugar de su aprehensión, uno al lado de la otra y próximos a elementos de fácil combustión, combustión que se produjo debido a un movimiento de la joven y la caída y rotura del envase de uno de esos elementos, causando quemaduras graves a los dos y posteriormente la muerte del primero".

La verdad fue, pues, que los militares no los quemaron: los apagaron. Debido a esto, un cabo resul-tó quemado a su vez. Y los jóvenes portaban los elementos incendiarios. Los militares protegían a la ci-vilidad de ellos. Entre muchos atentados izquierdistas de ese tiempo, cabe citar el incendio de un micro-bús en San Diego esquina Cóndor, el 26 de marzo de 1986, tras el cual quedaron con quemaduras graves la pasajera Elsa Rojas Oyarce y su hija Rosario Navarro Rojas, de dos años; y el de un taxibús, en el que murió la pasajera Ana Gajardo Ramos, el 13 de mayo de 1984.

La patrulla no tuvo conciencia de la gravedad de las quemaduras de Rojas y Quintana y accedió a la petición de ambos de ser liberados, en lugar de llevarlos a un hospital, donde corrían riesgo de detención. Mala decisión: quien la comandaba, el joven teniente Pedro Fernández Dittus, estuvo casi dos años preso por cuasidelito de homicidio.

La izquierda siempre ha recurrido a la violencia y quebrantado las reglas. Hoy recibe indemnizaciones por haberlo hecho en el pasado y prebendas económicas por seguir haciéndolo. Los militares la derrotaron y restablecieron la democracia. Hoy van a la cárcel por eso. No volverán a salvarnos, obvio. Y la historia la reescribe la izquierda.

Y reescribe otras cosas. El columnista Carlos Peña, que cuenta con mi aprecio, lo pone a prueba en carta donde afirma que Hayek y Friedman dieron "razones a favor de una política social como la que aparece en el Informe Meller", añadiendo: "Lo misterioso es que la derecha -que decía leer a esos autores- lo había olvidado".

¿Dónde la viste, Carlos? Hayek se pronunció contra la intervención en el mercado del trabajo, abogando por una menor sindicalización: "...los sirvientes domésticos, sector notoriamente desorganizado... cuyos salarios medios anuales... eran 2,72 veces más altos que en 1939, mientras que... los salarios de los obreros del acero, totalmente sindicalizados, sólo incrementaron 1,98 veces el nivel inicial" ("Los fundamentos de la libertad", p. 300). Y Friedman no le iba en zaga: "La alta tasa de desempleo juvenil, especialmente entre los negros, es un escándalo y una seria fuente de desasosiego social. Empero, es una consecuencia en su mayor parte de las leyes de salarios mínimos" ("Libertad de elegir", p. 329).
El Informe Meller no promueve la libertad laboral que propician Friedman, Hayek y la derecha -la verdadera derecha-, en la convicción de que favorece a los pobres. Apenas insinúa un impuesto negativo a favor de los necesitados, que interfiere menos el mercado.

Bueno, debo tolerar las opiniones de mis colegas columnistas, aunque sea con la misma dificultad con que, supongo, ellos deben tolerar las mías.
Grafitti y adoquines
Gonzalo Rojas Sánchez.

Entre el slogan y el adoquín se movieron los jóvenes franceses de mayo del 68. Todo París y el mundo entero aprovechan estos 40 años desde la revuelta iniciada en Nanterre, continuada en la Sorbonne y replicada en Berlín, Roma, Madrid y otras ciudades universitarias, para tratar de entender porqué pasó y porqué fracasó.

¿Por qué pasó? Del Noce ha mostrado que la revuelta fue un no rotundo a esa sociedad opulenta de los 60, que intentaba -y sigue haciéndolo 40 años después- suprimir tanto a la religión como al radicalismo revolucionario. El espíritu burgués resultó insoportable para los jóvenes del 68, que consideraban a los exámenes universitarios como la primera señal del servilismo que quería imponérseles, para promoverlos así en la jerarquía profesional y social.

Los contenidos iniciales de las demandas estudiantiles eran claros: detener la masificación creando más universidades, terminar con el sistema de dormitorios separados, evitar la implantación de nuevos requisitos de admisión, democratizar las fórmulas de gobierno universitario y transformar las estructuras curriculares.

Pero, más atrás, había tres aspiraciones radicales, tan nobles en su rechazo a la mediocridad, como disparatadas en su contenido: La plena autonomía personal, el pensamiento hecho acción y la construcción de la utopía. Los grafitti de las paredes hablaban de esas tres tendencias: "Construir una revolución es también romper todas las cadenas interiores", "No hay pensamiento revolucionario; hay actos revolucionarios" y "La nada me importa erigida en sistema", ejemplifican bien cada una de esas tres secreciones antisistémicas.

¿Y porqué fracaso mayo del 68? Las influencias ideológicas y afectivas provenían de las más variadas fuentes, inarticulables entre sí: Mao, el Che, Fanon, Sartre, Marx, Marcuse, Bakunin, Nietszche. Con ese equipito era imposible darle forma a una proposición coherente, a un proyecto viable de reemplazo de la sociedad burguesa. En contra de Cohn Bendit y Dutschke, además, no hubo un solo Jaime Guzmán que enfrentara dialógicamente sus slogans y acciones, obligándolos a una reflexión crítica sometida a los criterios de la lógica. Las asambleas, las revistas, los grafitti se agotaron en su atractivo y por eso, desde su propio vitalismo irracional, no fue raro que del slogan, los estudiantes pasasen pronto al adoquín.

Y en esa demostración de torpeza, enajenaron el movimiento. Simplemente no sabían qué hacer con sus sueños. "Mis deseos son la realidad," se decía en una pared, pero otra se auto-contestaba: "Sean realistas, pidan lo imposible." Veinte años después, el 88, Cohn Bendit escribía: "Tuvimos que admitir que no cambiaríamos la sociedad."

Muy simple: No sabían cómo, no sabían para qué, sus admirables fuerzas verbales y físicas carecían de sentido.





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