jueves, 8 de mayo de 2008

Perez de Arce y Rojas, dos paladínes de la Libertad.

Perez de Arce y Rojas, dos paladínes de la Libertad.
La ley del más débil
Hermógenes Pérez de Arce

Personas con cuyo pensamiento me identifico -es decir, una exigua minoría- están realmente consternadas por el desconocimiento de sus derechos básicos a seis distinguidos oficiales (r) de la Armada, encarcelados sin fundamento legal.

Todo ello ha sido coronado por la negativa de la Corte de Valparaíso a otorgarles siquiera libertad provisional, por considerarlos "un peligro para la sociedad". La Armada había declarado no tener "nada que decir" -y los paisas nos preguntamos qué es eso de "la familia naval"-, pero, por fortuna, posteriormente el almirante Codina tuvo algo que decir.

Dos almirantes ni siquiera han podido ser encarcelados, debido a su avanzada edad y precaria salud. Cumplen prisión domiciliaria. ¿Cómo pueden los jueces considerarlos un "peligro para la sociedad"? Bueno, por cosas como ésa los jueces son tan mal calificados en las encuestas.

Y los seis presos políticos -pues eso son, dado que legalmente no podrían estar en prisión- son personas honorables y de impecable trayectoria profesional.

Además, se les imputa un delito que no pudieron haber cometido: secuestro. Pues, según el Código Penal, sólo pueden incurrir en él los particulares. Los marinos eran funcionarios de la Armada, es decir, públicos. Si hubieran arrestado ilegalmente a alguien, habrían cometido el delito de detención ilegal. ¿Por qué la jueza elige el otro, no aplicable? Es un "ardid" para declarar que el secuestrado sigue en manos de sus captores y así eludir la prescripción y la amnistía. Si imputara a los procesados la detención ilegal, sería fácil acreditar que el detenido no está en ningún recinto de la Armada. El ardid se vendría abajo.

Todo esto parte de que un ex sacerdote, arrestado el 22 de septiembre de 1973, llegó a la "Esme-ralda" en precarias condiciones de salud. Por eso uno de los almirantes, hoy procesado como "secuestrador", ordenó derivarlo al Hospital Naval. Otro almirante (r), igualmente procesado, cumplía funciones en la oficina del personal de la Armada y, simplemente, no tuvo nada que ver con el caso. Un tercero estaba en la "Esmeralda", a cargo de los detenidos, pero el ex sacerdote estuvo sólo una hora allí y fue enviado al hospital. Es absurdo pensar que el oficial haya "secuestrado" a quien se estaba derivando a otra parte. Y el cuarto "secuestrador" es el médico naval que certificó el fallecimiento del ex sacerdote, debido a un paro cardiorrespiratorio. Es decir, extendió el acta de defunción. ¿Cabe en alguna mente racional que extender un certificado de defunción lo constituya a uno en secuestrador del difunto hasta hoy?

Naturalmente, todo lo anterior es absurdo, pero cumple con un principio claro de nuestra reali-dad actual: el debido proceso no rige para los uniformados. Como sector más débil de la sociedad -que lo son-, se les aplica "la ley del más débil".

Los más fuertes son la Concertación y el Partido Comunista. Abra el diario cualquier día y entérese de cómo ambos obtienen lo que quieren. La primera, mediante sus conocidos "ardides" para medrar casi impunemente del patrimonio público. El segundo, mediante la fuerza bruta (barricadas, incendios, atentados), para obtener lo que pide. Y ambos acordes en vengarse de los uniformados. Es la ley del más fuerte.

En Chile se cumplen ambas leyes, tan antiguas como la historia de la humanidad. Los fuertes medran, los débiles son atropellados y hasta van a la cárcel.

Y los ilusos que defendemos la razón y la legalidad hacemos ante todo eso un reducido escándalo por internet y en uno que otro medio de expresión, nada de lo cual, por supuesto, le importa a nadie ni impedirá en lo más mínimo que el abuso continúe igual.

Una pintura memorable.
Gonzalo Rojas Sánchez
Goya, al pintar esos terribles fusilamientos en su obra "El 3 de mayo", dejaba plasmada en tela una de las constantes de la Historia de España: morir por auténticos ideales.

Doscientos años después de esos levantamientos rebeldes de 1808, espontáneamente generados para hacerle frente a los invasores franceses (o a los aprovechadores de un pésimo Tratado), los fusilados de Goya representan ante nuestra conciencia a todos los que han muerto en y desde esa tierra querida -Madre y Patria, por tantos motivos- defendiendo verdaderos ideales.

Están presentes en las figuras inmortales del eximio aragonés todos los descubridores, conquistadores y colonizadores que, pecados más, pecados menos, trajeron lengua, Derecho, fe, instituciones y ciudades a estas tierras.

Se asoman por los ojos de esos ajusticiados, los miles y miles de religiosas y misioneros hispanos -tantos de ellos martirizados- que han llevado la cruz y la palabra, la Eucaristía y la salud del cuerpo y del alma, a los cinco continentes: dominicos, mercedarios, jesuitas, franciscanos, agustinos y muchos y muchas más; y, por cierto, siguen sumando mártires hoy.

Figuran representados en la tela, mientras mueren con honor, los emigrantes de los siglos XVIII, XIX y XX, familias enteras de vascos, castellanos, catalanes, andaluces, extremeños, asturianos, cántabros, etc. que generosamente se han repartido por el mundo, han comunicado su savia vital a los países en que se asentaron, han trabajado como nadie y, finalmente, reposan enterrados en los cementerios del planeta (no sin antes haber vuelto, aunque fuese por un tiempito, a su amada tierra natal).

Aparecen en la pintura, de manera figurada, los cientos de miles de caídos que, enterrados en el Valle o no, defendieron la dignidad de una España, grande y libre. Por cierto, de forma muy evidente, en los consternados ojos de los fusilados están los que sufrieron martirio proclamando su fe católica, a manos de esos tolerantes descreídos que cada cierto tiempo arrasan con el culto y con los fieles.

Pueden reconocerse también en quienes presentan sus pechos a las balas, a los miles de civiles y uniformados que, por la nuca o mediante la bomba oculta, han perdido sus vidas a manos de la ETA.

Y, sobre todo, los fusilamiento del 3 de mayo de 1808 claman para recordarnos a esos millones de españoles que han sido asesinados en el vientre materno desde que el aborto, en todas su formas, ha sido convertido en política oficial, en criterio de selección.

Desde hace años, eso sí, hay un agravante, porque ya no son tropas francesas las que disparan, sino unos españoles los que se empecinan en matar a otros compatriotas, desvalidos, inocentes, desamparados. Pero a estos últimos, claro está, no parece haber todavía pintores dispuestos a inmortalizarlos.


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