martes, 27 de mayo de 2008
La soledad de la DC
No quisiera estar en el pellejo de Soledad Alvear. De un tiempo a esta parte, pareciera que se ha convertido en la causa de todos los problemas de la DC, lo que, por cierto, coincide con su manifiesta —y muy esperable— baja en las encuestas.
Pero mirando con más perspectiva, no es la primera en vivir una situación similar. Cada uno con sus particularidades y circunstancias, antes estuvieron en el paredón personajes como Adolfo Zaldívar, Ricardo Hormazábal o el propio Alejandro Foxley, todos ellos intentando curar al partido de esa dolorosa enfermedad que es su casi constante baja electoral. Tomando como referencia las elecciones de diputados, la DC ha venido cayendo desde 1993, con la sola excepción de 2005, cuando remontó dos de los ocho puntos perdidos, los mismos que, como mínimo, volverán a desaparecer el próximo año. Pero aún más dolorosa es la constante disminución en votos dentro de la propia Concertación, moviéndose desde más de la mitad en 1989 a sólo un tercio en 2005.
Así visto, el problema de la DC no es Soledad, sino la soledad. Y es que ese otrora gran partido se ha ido quedando solo, en el país y en la Concertación, y hoy vive aquejado del síndrome de las glorias pasadas, que le impide pensarse de un modo distinto hacia el futuro. Las causas de la caída de la DC son múltiples y se afectan unas a otras, pero dos aparecen en la base de todas las demás: el Chile de hoy es cada vez más distinto del que dio pie al surgimiento de ese partido fuertemente ideológico, y el sistema binominal obligó a la DC a transar parte de su identidad, asociándose con otros partidos.
En sus orígenes, la Concertación estaba teñida por la DC, pero en la misma medida en que ese partido fue perdiendo sintonía con el electorado, la Concertación empezó a cambiar ese tinte inicial, formándose una identidad propiamente concertacionista. Desde entonces se ha venido dando en el corazón de cada democratacristiano una lucha interna —¿el partido o la coalición?—, porque comenzó a enfrentar los costos de pertenecer a la Concertación, y ya no sólo sus beneficios. ¿Cuáles costos? La transacción de sus valores fundacionales, por una parte, y la pérdida de poder frente a sus socios, por otra.
Al final, la disyuntiva no es muy diferente de la que vivieron los primeros cristianos, aquellos que eran judíos, enfrentados a tener que aceptar que los gentiles también fuesen parte de la Iglesia. Fue difícil y tomó tiempo, porque, igualmente, había de por medio una cuestión de identidad… y de poder. Unos no se adaptaron, y se fueron; otros se quedaron, y con el tiempo ya no fueron judío-cristianos, sino sólo cristianos.