El «estilo Curepto»
Gonzalo Vial
Gonzalo Vial
Los hechos son conocidos, pero conviene recordarlos brevemente. El 29 de febrero, la Presidenta inauguró el nuevo, flamante Hospital de Curepto. Fue un show, montaje o tongo, pues el local no estaba en condiciones de hospitalizar ni de intervenir a nadie —¡ni siquiera tenía permiso sanitario... aún no lo tiene!—, y por lo mismo no lo ocupaba ningún paciente. Las autoridades trajeron camas prestadas de Rancagua, e inventaron dos hospitalizados. Uno, funcionario del mismo establecimiento, se curaba en casa una infección de una pierna. Recibió la orden perentoria de internarse. La prensa lo inmortalizó con una foto: la Mandataria y él —muy arropado en su “lecho de enfermo”— sonreían al saludarse. La otra hospitalizada era una futura mamá.
Al día siguiente, se desarmó el show: la embarazada, a la maternidad del Hospital de Talca; el funcionario “enfermo”, a su casa; se devolvieron las camas...
Una denuncia destapó la olla. El intendente y el director de salud regionales han sido destituidos. No está claro quiénes más conocían la bochornosa verdad (aparte de los funcionarios del establecimiento). ¿La directora de programación de La Moneda? ¿La “avanzada presidencial” que visitó Curepto antes de la gira? ¿El subsecretario de redes de salud? ¿Qué importa? Es obvio que la Presidenta lo ignoraba, fue engañada por un hospital completo y la administración local. Habría podido pasarle a cualquiera.
Pero la pregunta clave es otra. ¿Cuál fue el motivo de esta charada? ¿Por qué sus propios colaboradores expusieron a la Mandataria a la posibilidad, en definitiva materializada, de este traspié? ¿Qué perseguían con ello? ¿Qué importancia tenía que un hospital mediano, para 10.000 habitantes, se inaugurara precisamente el 29 de febrero y precisamente por la Jefa del Estado, y no lo hiciera ella —o la ministra, si ella no pudiese— unas semanas después, cuando verdaderamente estuviera listo?
El hecho ha merecido muchos comentarios. Se lo ha comparado con las aldeas bellas pero falsas —simples pinturas de fachadas de casas, sobre bastimentos de madera— que Potemkin erigía al paso de su emperatriz, Catalina de todas las Rusias. El fundador de Chile Primero ha hablado del “estilo chanta” del episodio, estilo consistente —según él— en que nadie de categoría responde por lo sucedido (“El Mercurio”, 20 de abril).
Cabe que hayan existido en el show de Curepto elementos de adulo y engaño tipo Potemkin, y también, desde luego, de mucha irresponsabilidad. Pero no resuelven el misterio: ¿por qué, para qué se hizo?
Me parece que obedeció a una nueva forma de hacer política, que practican así el gobierno de turno como los partidos, todos los partidos, aunque, claro está, el primero dispone de más elementos para utilizarla. No es muy antigua, y la ha desatado la importancia del factor mediático, y especialmente de la TV, para influir en el público... y, por tanto, en los posibles votantes.
Es el verdadero «estilo Curepto», y su base es construir, empleando mil pequeños hechos “fabricados” por la propaganda (especialmente, insisto, la televisiva), una imagen positiva del político al cual se promueve.
Hay un desenfadado marqueteo de esa imagen, con acciones deliberadas, que se han discutido y resuelto de manera previa por expertos “asesores”, los cuales las han elaborado según las necesidades y propósitos del cliente: deben destacar las características suyas que se suponen positivas —ganadoras de votos—, y ocultar otras, presuntamente negativas. En países más sofisticados, se llega por semejante camino a que la “imagen” del político no coincida casi nada con su realidad. Ejemplo clásico, el de John Kennedy.
Es una construcción paciente, constante, detallada... e inescrupulosa por completo.
Algunos elementos muy importantes en la formación mediática y marquetera de la “imagen”, el «estilo Curepto»:
A) Las encuestas. El cliente debe ajustar su conducta política a las aprobaciones y a los rechazos del público que aquéllas marquen, no a lo que él opine respecto de las materias encuestadas. Si las encuestas son favorables al divorcio, por ejemplo, y el político (gobernante o no) le es contrario, no lo dirá, o lo dirá oscuramente o en tono menor, que casi no se escuche.
B) La “cuña”. Es la pregunta de falsa espontaneidad que el periodista contactado por los asesores de imagen hará al político o gobernante cliente, sobre una materia de actualidad, para dar pie a difundirse su respuesta.
C) La respuesta a la “cuña”. El político la ha recibido de los asesores, y memorizado. Debe ser breve e impactante, lo cual —por supuesto— casi siempre excluye que esa respuesta tenga real seriedad e importancia.
D) La solución instantánea. Planteado un problema público que haya surgido las últimas horas, aunque sea muy grave y complejo, los asesores deben proporcionar de inmediato al político-cliente una solución cualquiera, no importa si superficial o precipitada, para responder las interrogaciones periodísticas del caso. Esto hace, en el instante mismo, un impacto de ejecutividad y conocimientos, aunque después nada de lo anunciado se lleve a efecto, o se aplique por el mismo personaje una política distinta. Nadie, piensan los asesores, se acordará de lo dicho al comienzo.
Recuerdo, por ejemplo, que el año 2004 hubo una seguidilla de hechos de violencia al interior de escuelas, con uso de cuchillos y armas de fuego, y resultado de muertos y heridos. En horas, una municipalidad de gran población anunció que aplicaría un “plan norteamericano” de convivencia estudiantil. El ministro del ramo —adversario político del alcalde— le pisó los talones para declarar que el “plan norteamericano” era pura “pirotecnia”, pero que él también tenía uno, de la UNESCO, utilizado en Brasil y Argentina, y lo traería “lo más rápido posible”.
¿Se aplicaría cualquiera de tantos planes, en la realidad escolar, alguna vez? Probablemente no, pero sí se dio la “imagen” perseguida.
De la manera explicada, los gobernantes y políticos trabajan —y crean al efecto vastas máquinas publicitarias, que dirigen aquellos asesores—, no para realizar ideales ni planes de gobierno, sino para crearse “imagen”, que les proporcione votos, que les entregue el poder...
¡Tantos gobernantes latinoamericanos que accedieron a éste desplegando una “imagen” totalmente incompatible con la que se desprendería de sus hechos, una vez que hubiesen ganado el mando! ¿Quién se acuerda del enérgico rechazo al “modelo neoliberal” que presidió las campañas de los candidatos presidenciales Menem, Fujimori, Lula, etc.?
Es el «estilo Curepto». Una máquina a la cual no le importa nada el pueblo, ni su hospital, ni que éste se halle listo o no. Lo que importa es inaugurarlo como un elemento más —ni siquiera de mucha trascendencia— para armar y sostener la “imagen” de la Presidenta Bachelet que los asesores han predeterminado. ¿Faltan camas, enfermos, parturientas? Pues se traen de otra parte y —terminado el acto de propaganda— se devuelven...
La gira a Curepto, para los “asesores”, carece de objetivos reales. Es un acto mediático, de propaganda, de “imagen” que —en el planeamiento de ésta— EXIGE inaugurar un hospital... aunque NO EXISTA. ¡Les daría igual que Curepto mismo no existiese!
Y lo curioso —e indicativo del maligno contagio del «estilo Curepto»— es que allí había decenas de personas que, sin participar del fraude, sabían que se estaba cometiendo, y engañando e insultando a la Presidenta. ¡Pero ninguna habló!
Igual sucede con los demás políticos, de gobierno u opositores, salvo excepciones no muy numerosas. Cada partido, sus parlamentarios, sus jefes, trabajan atentos a la encuesta, a la entrevista, a la “cuña” de TV solicitada humildemente a un periodista para dar una respuesta que haga noticia... trabajan para la “imagen”.
Por eso cuesta distinguir las colectividades gobiernistas de las opositoras, y un político de otro. Por eso la opinión pública no califica a los gobernantes según sus ideas y realizaciones, sino según factores de “imagen”. ¿Es... “sencillo”... “cercano”... “creíble”... “paternal” (o “maternal”)? Estas cualidades hacen perdonar (parece) los peores desaciertos. Por eso tantos jóvenes se despreocupan de la política, no se inscriben, no votan, suscitando un clima de desprecio nihilista, similar al de los años 50 del siglo pasado.
El «estilo Curepto» puede ser inmejorable para ganar una elección y el poder. Pero es mortífero para la teoría y la práctica de la verdadera política.
¿QUE LES DIJE? Les dije que “a la pandilla (de la salud) no le importa nada”. No le importa el 2008 el fallo del Tribunal Constitucional sobre la píldora del día después, como no le importó el 2001 la sentencia de la Corte Suprema en el mismo tema.
La resolución de ahora dice que el Estado no puede repartir la píldora de marras, porque no está claro que sus efectos no sean abortivos, existiendo antecedentes y opiniones igualmente fuertes tanto en ese sentido como en el opuesto.
La pandilla y sus voceros de gobierno, en vez de acatar el fallo —y esperar se clarifique definitivamente el problema científico—, están promoviendo continúe el reparto prohibido, ahora a través de las municipalidades. Como si con ello el posible efecto abortivo, ilegal e inconstitucional, desapareciera o disminuyera, y como si las municipalidades no fuesen parte del Estado, igual que el Ministerio de Salud. Un “resquicio” imposible más débil, una hoja de parra transparente.
Pero ¿qué le da eso a la pandilla? Nada, nuevamente. Su esencia ideológica y totalitaria es hacer lo que quiere, sentándose en los tribunales. Nos esperan infinitos nuevos episodios de idéntico cinismo y desparpajo.