Hoy es primer viernes del mes. Me he permitido hacer unas reflexiones sobre el paro del campo.
Si bien mi familia fue en sus orígenes una familia rural, no soy del campo, pese a que nací en un pueblo de campo. Pero aprendí a tener la fe en Dios del hombre de campo que me enseñó mi Madre. Cuando el chacarero sembraba, nosotros en la escuela rezábamos para una buena siembra, cuando había sequía para que lloviera e incluso la parroquia llamaba a la feligresía hacer procesiones con la Virgen de Lujan. Y siempre llovía a los pocos días y a veces el mismo día que participábamos en la procesión, donde se reunía una impresionante cantidad de chacareros. Dios, en la vida del hombre de campo está siempre presente. Jamás lo abandona.
Y este paro del campo que los sociólogos, economistas, políticos, pretenden interpretar, tiene una faceta en que lo sobrenatural tuvo mucho que ver. Una faceta que no he visto desarrollar aun en ningún medio, porque se subestima toda intervención divina en la vida humana.
Pero en este primer viernes del mes de abril del año 2008, en el comienzo de una tregua de uno de los paros rurales inéditos en la Historia Argentina , es conveniente analizar como este misterioso resurgir y aun más, esa milagrosa e inexplicable unanimidad de la familia rural de distintos lugares del país, esa solidaridad de todos los argentinos, se diera como algo que fue armándose como si todo respondiera a un plan sobrenatural. La fuerza que fue cobrando un justo reclamo ante un régimen administrativo injusto, un poder que parecía indestructible e inmisericorde, fue fortaleciendo aun más un espíritu de dignidad que cobraba cada vez más adeptos.
Y cuando pienso que hombres de trabajo, con segundo grado de instrucción primaria, se convirtieron en encendidos oradores y en interpretes eficaces de la justa causa que a todos los ruralistas los unía, veo que Dios estuvo allí presente, eligiendo entre sus servidores a los más humildes y les dio para esos momentos todas las fuerzas del Espíritu Santo. Algo realmente asombroso.
Lo que hace tres semanas atrás nos parecía imposible, hoy es una realidad. Y de allí que partiendo de la inmensa participación que Dios ha tenido siempre en la vida del hombre de campo, muchas veces ignorado por este, no es menos cierto que ya hemos visto en otras oportunidades en la Argentina, que cuando todo se consideraba perdido, siempre había una minoría que salía a la calle sola, para que luego se convirtiera en millones de personas que apoyaban los pedidos de justicia que esa minoría reclamaba. Pero esos pocos tenían Fe en Dios. Así eran nuestros próceres, los fundadores de la nacionalidad, así sentían los generales José de San Martín y Manuel Belgrano. Y esa misma Fe iluminaba a Juan Bautista Alberdi, inspirador de nuestra Carta Magna de 1853. Porque el campo argentino como la Patria nació con la Cruz, con la espada y con el arado. No debemos olvidar que por la Fe los criollos vencieron a uno de los ejércitos más poderosos del mundo y que nuestra bandera es celeste y blanca por voluntad de su creador, Manuel Belgrano, que eligió para nuestra enseña nacional el color de la vestimenta de la Inmaculada Concepción de María.
La humildad, la pureza de corazón unido al justo reclamo hecho con firmeza pero con dignidad, es lo que atrajo al Señor e hizo que Él estuviera presente amparando este reclamo, que si es desoído por las autoridades, ellas seguramente no podrán tranquilizar al país entero que se ha sumado a esta vigilia que durará solo 30 días, si el problema no se resuelve.
Por eso es muy importante en estos momentos, saber doblar nuestras rodillas ante el Sagrado Corazón e implorarle justicia para todos los argentinos, que no permita que haya persecuciones injustas, atropellos a la dignidad de las personas, violaciones a los derechos humanos, violencia por parte de los gobernantes. Que cese el poder de quitarle al campo el fruto de su trabajo y que todos los argentinos puedan tener remuneraciones justas, sin exacciones impositivas confiscatorias a sus ingresos logrados con su propio esfuerzo.
Nuestro Señor oye la plegaria de la familia rural. Siempre lo ha hecho cuando esa plegaria la elevamos todos juntos y doblamos nuestras rodillas para demostrar que como dice el Evangelio: "Sin Mí nada podéis hacer", afirmación que Jesús le hizo a sus apóstoles.
Por eso con el odio, nada se puede hacer y en cambio con el amor, todo se puede hacer. Contra el trapo rojo del odio, levantemos nuestra bandera celeste y blanca.
Vivamos este primer viernes, un día de suplica, agradecimiento porque Argentina se ha reencontrado en este milagro que todos hemos vivido a través de los medios. Y si no podemos cantarlo, recemos en silencio las estrofas del Himno al Sagrado Corazón, pidiéndole que "salve al pueblo argentino" del maligno.
Tomado de
Nuestro amigo Eduardo Palacio Molina, hombre de Patria y fe, nos sigue dando lecciones de valores y lucha, además de una mirada optimista de la reversión de situaciones caóticas y de extrema injusticia.
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